Enemigo invisible

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Enemigo invisible ofrece suspenso político y moral

Un largo seguimiento de inteligencia militar a terroristas islámicos en Kenia llega a su día clave: los hombres y mujeres buscados están en la mira de las cámaras y de los misiles que ven y matan desde el cielo (el título de estreno local traiciona el sentido del original). La coronel Powell tiene el mando táctico de la operación pero no la decisión final, ni legal ni política. La película presenta la guerra moderna, la guerra de drones, en un comando múltiple desde Inglaterra, Estados Unidos y en este caso también Kenia (más llamados a autoridades en Asia). Pantallas, teléfonos, conexiones constantes, pero también las calles de Nairobi. La guerra online, pero con efectos claros y letales sobre la realidad.

En esa encrucijada, la película va construyendo su suspenso y sus dilemas, en la primera parte como promesa y con momentos de excesiva claridad: la presentación de la nena y su familia subraya tal vez innecesariamente el núcleo trágico de lo que estará en riesgo. Pero cuando Enemigo invisible tiene sus cartas desplegadas, aumenta su tensión de manera notable, con suspenso político y moral alrededor de preguntas como ¿quién ve?, ¿desde dónde?, ¿desde qué posición? Cómo ver y cómo interpretar, básicamente: cuestiones centralmente cinematográficas que hacen funcionar la maquinaria de relato en modo nervioso por las actividades, pero claro y reposado en términos de encuadres y estructura temporal y espacial a cargo del director sudafricano Gavin Hood (también actor con trayectoria, aquí aparece en un papel secundario).

Por momentos, la precisión de los diálogos su inteligencia por encima de cualquier posibilidad de lagunas o balbuceos los vuelve un tanto inverosímiles: estos personajes juegan una guerra de ideas quizá demasiado precisa en sus argumentos. Pero esos diálogos certeros son una de las claves de la economía del relato para convencer y estremecer, para explorar dilemas morales desde el suspenso fluido.

Otra clave son las actuaciones de Helen Mirren y Alan Rickman, socios en su visión militar que jamás comparten un encuadre. Ambos trabajan con un aplomo que a estas alturas no sorprende, pero que definitivamente es fundamental para sostener personajes en los que las emociones van por dentro. Mirren de 70 años ofrece una performance vital, energética, en un personaje de profesionalismo hawksiano. Rickman, en la que se convertiría en su última actuación de plena presencia (en Alicia a través del espejo estará su voz), demuestra su poderío desde una de sus marcas clásicas como actor: el cansancio sarcástico ante un mundo plagado de problemas irresolubles.