En otro país

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Variaciones sobre lo imposible

"En otro país", la nueva película del cineasta coreano Hong Sang-soo indaga en la experiencia de Anne, una guionista francesa en Corea, personaje interpretado magistral de la actriz francesa Isabelle Huppert.

Es el preferido de toda una generación de cinéfilos. Sus películas combinan, paradójicamente, ligereza y lucidez, complejidad y sencillez, humor y decepción. ¿Quién es Hong Sang-soo? Uno de los grandes directores de la actualidad, o simplemente un genio. Su tema excluyente: el desentendimiento lingüístico y erótico entre hombres y mujeres (de clase media), a menudo vinculados al cine.

El título En otro país no indica un regreso a París, como en Noche y día: remite a la experiencia de uno de los personajes, Anne, interpretado magistralmente por la gran actriz francesa Isabelle Huppert.

Huppert es Anne pero no siempre Anne es Anne o la misma Anne. Hong apela a un experimento de variaciones: contará una historia parecida, que transcurre en una zona marítima y de vacaciones, de tres formas distintas: Anne querrá dar un paseo, será seducida, buscará encontrar un faro y no mucho más. Los personajes serán siempre los mismos. Anne, en esencia, será una extranjera estimulada por un contexto desconocido, y en las mínimas variaciones de cada versión será una directora de cine, la amante de un director de cine coreano y una mujer que visita Corea. Los otros, los coreanos, repetirán sus roles, pero también habrá mínimas diferencias: un hombre casado sentirá atracción por la extranjera; su mujer, celos; el salvavidas, un amor infinito por esa criatura blancuzca, pelirroja y delgada.

¿Eso es todo? Sí y no. El misterio del cine de Hong es que, a través de elementos mínimos, resplandecen una idiosincrasia específica y sus modelos culturales sin dejar de ser universal en sus temas. Por un lado, los ritos cotidianos camuflan la tensión entre géneros: el machismo difuso de los hombres y la desconfianza de las mujeres son ostensibles; hablan un mismo idioma pero el deseo no se codifica del mismo modo. Todo esto no se dice, más bien se muestra. Esto implica el lado cómico de los enredos amorosos, más todavía cuando los amantes no comparten el idioma. En ese sentido, el diálogo entre Anne y un monje budista es sublime. No se trata de un koan sino de una apoteosis del malentendido. Formidable.

La poética de Hong se vale de la repetición y los zooms para alcanzar, amablemente, una clarividencia: sus filmes, y éste no es la excepción, postulan que el amor entre hombres y mujeres es casi impracticable. La obstinada insistencia es inevitable y se explica por esos momentos de ilusión en los que parece posible. Y Hong también sabe cómo filmar esos breves lapsos en los que el otro parece justificar la existencia del universo.