En la cuerda floja

Crítica de Matías Orta - A Sala Llena

Proeza, revolución, asombro. En esos tres conceptos residen las obsesiones de Robert Zemeckis. Basta con chequear algunos ejemplos de su filmografía: el fervor que generan Los Beatles cuando tocan en El Show de Ed Sullivan (I Wanna Hold Your Hand), la escritora que se vuelve parte de la aventura (Tras la Esmeralda Perdida), viajes en el tiempo (trilogía de Volver al Futuro), dibujos animados que conviven con los humanos (¿Quién Engañó a Roger Rabbit?), pociones de la eterna juventud (La Muerte le Sienta Bien), interacciones con vida extraterrestre (Contacto), la presencia de entes sobrenaturales (Revelaciones y Los Fantasmas de Scrooge), la supervivencia en condiciones extremas (Náufrago), el chico que conoce a Papá Noel (El Expreso Polar)… En la Cuerda Floja tampoco escapa a esas constantes, y ahora el director las lleva a lo más alto.

A fines de los 60, Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt), un joven malabarista callejero de París, tiene un único objetivo: cruzar las por entonces novedosas Torres Gemelas del World Trade Center, en Nueva York, desde lo más alto, haciendo equilibrio sobre una cuerda floja. Decidido a concretar su meta, y junto a un grupo cada vez más numeroso de colaboradores, se irá perfeccionando durante años: colecciona noticias y datos de las torres, practica sin parar, hace un importante ensayo sobre la Catedral de Notre Dame, viaja a los Estados Unidos, saca fotos, sigue investigando, sigue practicando… hasta llegar al 7 de agosto de 1974, el momento de jugarse por su tan anhelado deseo, dispuesto a desafiar al mundo y a sí mismo.

Basada en la hazaña del verdadero Petit (que supo inspirar su autobiografía To Reach the Clouds y el excelente documental Man on Wire), la película no sólo muestra la pasión y la dedicación de un artista para cumplir su sueño; es una oda a la pasión y a la dedicación en pos de un sueño a secas (sea uno artista o no), y de cumplir un sueño que puede consistir en cualquier otra cosa. Zemeckis destaca la importancia del trabajo en equipo -Petit fue ayudado por amigos y aliados anarquistas que se fueron sumando- y de un mentor, encarnado por Ben Kingsley. Elogia el valor de la perseverancia y de arriesgarse no sólo por una búsqueda de gloria mundial y eterna sino de autosuperación, aunque eso implique desafiar a la ley, a todas las convenciones.

Otro de los puntos fuertes es el protagonismo de las aquí recreadas Torres Gemelas. Si bien quedaron en la historia por el atentado del 11 de septiembre de 2001 (que continúa inspirando largometrajes, siempre de corte dramático y oscuro), el film rescata un episodio positivo que las tuvo como escenario y glorifica su leyenda, desmarcándola un poco de su estigma como símbolo del golpe mortal recibido por la nación más poderosa. Por supuesto, la secuencia clave es el acto de Petit. Zemeckis le saca provecho a la tecnología 3D y consigue imágenes impactantes, de puro vértigo y emoción, para que el espectador sienta que está acompañando bien de cerca al intrépido Philippe. Una vez más, las composiciones de Alan Silvestri potencia la destreza visual y narrativa del realizador de Forrest Gump.

Un muy caracterizado Joseph Gordon-Levitt da en el blanco con su interpretación del personaje principal: alegre, carismático, ambicioso, y algo propenso a la locura más obsesiva. De hecho, él mismo hace de narrador de la historia, cual presentador del más riesgoso y épico show circense. Además de Kingsley, integran el elenco secundario Charlotte Le Bon como la novia de Petit y un nutrido plantel masculino, entre los que sobresalen Clément Sibony y James Badge Dale. En la Cuerda Floja es proeza, es revolución, es asombro. En definitiva, es Robert Zemeckis.