En la casa

Crítica de Miguel Frías - Clarín

El cruce de lo real y lo imaginado

Un profesor de literatura se ve cada vez más perturbado por los textos de un alumno.

Difícil definir qué es En la casa, del indefinible François Ozon (Bajo la arena, La piscina, El tiempo que queda). Un homenaje a la literatura, sobre todo del siglo XIX: sí. Un ejercicio metalingüístico, que evita ser críptico: también. Pero, más allá de las generalidades, y detrás de su aparente sencillez, hablamos de una película extraña, compleja, cuya cómica levedad va mutando en oscuridad inquietante y, después, perturbadora. Como toda buena narrativa, mantiene la ambigüedad y el suspenso, y no condesciende a la explicación ni el subrayado ni el sentido único.

Fabrice Luchini interpreta a Germain, profesor de literatura de un colegio secundario, casado con Jeanne (Kristin Scott Thomas), que dirige un pequeño centro de arte contemporáneo: una pareja madura, intelectual, que desplazó su libido hacia “la cultura”; peligro tan silencioso como la hipertensión. Entre irónico y cínico, Germain se burla de sus alumnos, que lo decepcionan. Hasta que uno, Claude (Ernst Umhauer), empieza a pasarle ¿ficciones? escritas por él, en entregas, estilo folletín: un vicio que irá adueñándose de la pareja.

En los relatos, Claude -suerte de Sherezade de Germain y Jeanne- se hace amigo de un compañero (real) del colegio y, una vez que logra meterse en su casa, en su familia, mantiene una relación rara con la madre, suerte de Emma Bovary actual. La historia, que de lúdica pasará a perversa, y que irá fusionando ficción y realidad, empezará a tornarse peligrosa. Los palabras, lo sabemos, son actos. Las de Claude pertenecen a un chico desamparado, inteligente, que busca algo más que una relación prohibida.

Al principio, Germain le dará buenos consejos para escribir. Después se verá desbordado por la potente trama de su alumno. La manipulación, la vida burguesa, los deseos reprimidos (o no) y los vacíos afectivos se cruzarán en los textos y en la película, cuyo género tiene fronteras difusas: de comedia sofisticada gira hacia el melodrama, el filme de suspenso y el drama. Adaptación de la obra teatral El chico de la última fila, de Juan Mayorga, tal vez Ozon se excede en el giro final. Pero atrapa. Y cumple con un precepto del gran escritor Julio Ramón Ribeyro: “La historia puede ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada; si es inventada, real”.