En el corazón del mar

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Ballena a la vista

Llamadlo Herman Melville. Hace unos años -no importa cuántos exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que le interesara en tierra, pensó que se iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Terminó escribiendo Moby-Dick, uno de los grandes clásicos de la literatura.

Sin duda Melville se inspiró en parte en el naufragio del Essex, un ballenero que en 1820 fue arremetido y hundido por un leviatán cetáceo. En el corazón del mar (In the Heart of the Sea, 2015), de Ron Howard, imagina el encuentro entre Melville (Ben Whishaw) y uno de los sobrevivientes del Essex, Tom Nickerson (Tom Holland de joven, Brendan Gleeson e viejo), y utiliza la entrevista a modo de marco narrativo para contar “la verdadera historia detrás del libro”.

La trama propone oponer a dos personalidades fuertes: Owen Chase (Chris Hemsworth) y George Pollard (Benjamin Walker). Chase es un hombre de pueblo y un héroe de acción – apuesto, gallardo, querido por la tripulación. Pollard es un esnob friolento que procede de un renombrado linaje marítimo. Ambos desean capitanear el Essex. El puesto va para Pollard, cuya falta de tacto o mérito importa menos que su sangre azul. Chase accede a ser su contramaestre, pero no sin antes sembrar la discordia entre los dos hombres con algunas palabras que hieren el orgullo del capitán.

En principio parece que la historia va a retomar el ritmo narrativo de Rush pasión y gloria (Rush, 2013) – la película anterior de Howard – y alternar entre las perspectivas de dos profesionales enemistados por el capricho. El ballenero zarpa y la riña pasivo-agresiva entre ambos comienza a poner en juego las vidas de sus tripulantes. Entonces aparece Moby Dick, o su equivalente histórico, y la partida se suspende indefinidamente. El guión olvida por completo su enemistad – la que debería ser el eje de la película – y se dedica a cubrir el terrible suplicio de los náufragos, entrando en modo docudrama.

Esto no es del todo indeseable; las mejores partes de la película son las dramatizaciones de las peripecias históricas de los marineros – las tormentas, las cacerías, la amenaza del naufragio, de la deriva, la enfermedad, el canibalismo. La secuencia en que los marineros filetean un cachalote y uno de ellos entra en su hueco cadáver para extraer aceite cual minero en una cueva es espeluznante. Howard es un director que, independientemente de los guiones que elige – y no siempre elige los mejores – sabe exactamente lo que cada escena quiere lograr, y dónde poner la cámara para lograrlo. Es un gran conjurador de emoción épica, a lo Steven Spielberg, y en este aspecto su nueva película no decepciona, desplegando una gran aventura con todos los artificios de la vieja escuela.

Vivimos el peso de la historia junto a los personajes. En ningún momento, no obstante, sentimos que forman parte de algo más importante que sí mismos – que hay otra cosa en juego que su supervivencia. Allí yace la mayor diferencia entre En el corazón del mar y la historia que supuestamente está gestando en la imaginación de Melville: la profundidad. La película ahonda poco y nada en problemáticas que descarta demasiado rápido o inventa demasiado tarde. No trata realmente sobre el conflicto de clases. Ni siquiera podría decirse que trata sobre la obsesión o la vanidad del hombre, que deberían ser temas obvios a la hora de adaptar Moby-Dick, o pretender inspirarla.