Empleadas y patrones

Crítica de Julián Tonelli - Cinemarama

Retrato de dos mundos.

Empleadas y patrones, del panameño Abner Benaim, ofrece una propuesta que, a priori, resulta atractiva. Su obra consiste en una serie de entrevistas a mucamas y a sus jefes. El objetivo es dar cuenta del vínculo que une ambas posiciones a partir de las abismales diferencias socioeconómicas que las separan. Benaim registra algunos testimonios sobre un fondo negro, aunque en otros casos se introduce en las lujosas casas donde transcurre la acción. Así, el relato avanza por medio de anécdotas y situaciones cotidianas. Pretensiones salariales y acusaciones de esclavitud por un lado, desprecio y uso de términos en inglés “made in Miami” por el otro (en lo que a penetración estadounidense respecta, el asunto en el Caribe, previsiblemente, es mucho más grave que acá). ¿Qué buscan los patrones en una buena empleada? ¿Qué esperan las empleadas de un patrón? Esa es la cuestión. Los trapitos sucios y el trato con los niños ricos tampoco se hacen desear. Algunas secuencias resultan tan graciosas como indignantes, por ejemplo aquella en que el nene llama a la mucama para que le traiga un vaso de agua mientras le da duro a los videojuegos. El desprecio contenido en esos alaridos infantiles simplemente se palpa. Aunque no todo es odio entre las partes. Algunas servidoras llegan a sentir afecto por aquellos a quienes sirven, y viceversa. Por lo demás, el ritmo del documental se va haciendo cada vez más lento y tedioso (apenas sesenta y cuatro minutos se hacen largos), y el final no deja demasiado para destacar. Allí donde se podría haber enfatizado algunas situaciones interesantes se termina por exaltar testimonios demasiado obvios e innecesarios. La música, que por momentos resulta agradable, por otros irrita. En definitiva, Empleadas y patrones es un producto cuidadosamente elaborado y aun así olvidable.