El viaje de Avelino

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

La producción anual de documentales en Argentina necesitaba con urgencia un lugar para su exhibición. Desde hace pocas semanas el Arteplex Belgrano ha destinado una de sus salas a la exclusiva proyección de este tipo de expresión cinematográfica. La iniciativa es del Instituto de Cine y Artes Audiovisuales y se conoce como Incaa-Doc. “El viaje de Avelino” es su primer estreno y sobre el mismo se han vertido opiniones muy diversas, en algunos casos referidas a la obra de Kiarostami. El parangón con las películas de dicho realizador es, en opinión de este cronista, poco justificada ya que lo que se propuso el realizador Francis Estrada es de muy diferente naturaleza.

En una reciente emisión radial de Cinefilia (FM La Tribu, junto al colega Luis Kramer) se pudo dialogar con Estrada, quien explicó la génesis de su documental. El intento era reproducir, de la manera más fidedigna posible, un hecho que tuvo alguna resonancia en la prensa local, y de hacerlo sin ningún tipo de “amarillismo”. Se trataba del viaje que debió realizar Avelino Vega en el 2005 desde el perdido villorrio de Río Grande (Catamarca), más apropiado sería decir un conjunto de casas miserables, para llevar a una de sus hijas hasta el hospital más cercano en Fiambalá.

El director optó por una variante difícil de plasmar, la de hacer intervenir a las verdaderas personas y filmarlas repitiendo lo ocurrido poco tiempo atrás. Para ello contactó a Avelino y su hija Nely y al resto de la familia, cuando aún estaba fresco el evento. Ese fue el paso más difícil y mérito del realizador el tesón que puso para convencerlos y al poco tiempo iniciar el rodaje.

El resultado es un documental de algo más de una hora, correctamente filmado y con medios modestos que no desentonan con el agreste medio en que debió desenvolverse la producción. Se advierte el intento de evitar pintoresquismos, incluso en la música elegida como reconoció Estrada, sin por ello dejar de mostrar escenas clásicas como el acto de carnear un cordero, la reiterada utilización de mulas para moverse en la montaña, la fragilidad de las comunicaciones (nada de celulares ni menos computadoras) y la iluminación nocturna con linterna durante la travesía.

“El viaje de Avelino” no tiene más pretensiones que la de mostrar con sinceridad la existencia de otra Argentina, lejos de las grandes ciudades. Su mayor mérito es que logra conmover y mover a la reflexión. Se trata de una obra modesta, sin grandes alardes técnicos y a la que se le pueden encontrar defectos o limitaciones. Pero como se indicaba al inicio de la nota no parece justificada su comparación con la del genial iraní, siendo quizás un referente más próximo el no hace mucho fallecido Jorge Prelorán.