El último exorcismo

Crítica de Sebastián Nuñez - Leer Cine

EL PROBLEMA DE NO CREER (EN EL CINE)

Siguiendo una de las tendencias más de moda en el cine terror de los últimos años, director alemán Stamm intenta contar la ambigua historia de un exorcismo mediante el estilo realista de un falseado registro documental. Como la mayoría de las películas de este tipo, la experiencia resulta fallida.

El planteo argumental es tan sencillo como interesante. Un pastor protestante que pasó toda su vida mintiendo descaradamente a sus seguidores, decide montar por última vez su show y mostrar los trucos de su número favorito: el de los exorcismos. Para ello convoca a un equipo de filmación (un camarógrafo y una sonidista), con la idea de registrar tanto la falsedad de sus procedimientos como la credulidad de sus contratistas (la gente le paga para que expulse a los demonios de sus seres cercanos). Así es como llega a la casa de la familia Sweetzer, integrada por el padre y sus dos hijos Caleb y Nell. Esta última es a quien debe exorcizar. Lo sugestivo de todo este asunto es que posiblemente en esta oportunidad deba afrontar un caso de verdadera posesión.
Ahora bien, como nunca un film es su planteo argumental sino el conjunto de las resoluciones estético-formales con las que ese argumento es puesto en escena, El último exorcismo pierde todo lo que podría llegar a tener de interesante debido a que limita sus posibilidades expresivas y simbólicas a lo que puede ofrecer ese pseudo-estilo documental que se ha instalado –desgraciadamente- desde la aparición y el éxito de El proyecto Blair witch. Supuestamente, esta manera de filmar (o grabar) aporta una cuota de realismo, y así, al dejar de lado todo lo artificioso de los procedimientos cinematográficos más tradicionales, se consigue un mayor impacto sensorial: en este caso lo que se busca es generar miedo, inquietud, etc. La búsqueda del realismo en la representación cinematográfica ha sido una constante en muchos directores y teóricos, y en general esto se lo ha pensado como una oposición a la supuesta falsedad del cine de corte más clásico. No es este el lugar para analizar y desnudar los errores y malas interpretaciones de esta postura, sin embargo sí corresponde hacer referencia a ella ya que esta moda de filmar películas de horror con un “estilo realista”, documental, es una directa consecuencia –más banal tal vez, y más cínica seguramente- de aquella idea que entiende, o cree entender, que quebrando el modo de representación “clásico” (el creado por el Hollywood de los Estudios, para ser claros) se consigue algo más realista, o directamente más real. El problema central de todo esto es, precisamente, la concepción que esta postura tiene sobre lo que es real y lo que en consecuencia debe ser su adecuada reproducción (realista); esa concepción es mera y crasamente materialista, incapaz de concebir que la realidad se manifiesta también en otros planos que exceden la materia, y que si bien pueden resultar incognoscibles, mediante la experiencia del arte podemos llegar a percibirlos. No hay nada más real entonces que un film al estilo clásico, en el que la creación artificial de un mundo a escala es capaz de brindarnos una experiencia completa, imponiéndole a nuestro ser otro tempo, de alguna manera sacro. Es por ello que en ese cine no vemos -no notamos- un travelling, un corte de montaje; tampoco un mensaje explícito ni mucho menos “el mundo tal cual es”, sino que por medio de sus leyes de representación participamos de una experiencia física y metafísica, de la cual luego, una vez finalizada esa vivencia, extraeremos algunos conocimientos. El sistema narrativo creado por Hollywood ha demostrado ser insuperable en cuanto a su capacidad para brindarle al ser esa posibilidad de vivir, por un instante, una experiencia que de alguna manera sucede entre paréntesis de su temporalidad, pero que sin embargo es parte de la misma realidad. Así, toda película que intenta poner en crisis esos procedimiento estéticos-narrativos no hace más que atentar contra esa capacidad que tiene el cine de brindar una experiencia; sobre todo si está inscripta dentro del terreno de los géneros; y más aún si ese género es el de terror-fantástico, que necesita como ningún otro de crear un clima, una atmósfera. El último exorcismo, en su búsqueda de realismo se ve en realidad más afectada y falsa, porque con su brusquedad no consigue nunca ese clima o atmósfera necesaria para generar la sensación buscada: temor. En definitiva es incapaz de imponer ese tempo otro. Así, las peripecias del falso exorcista y las vicisitudes que se van desarrollando resultan mecánicas, y pese a que hay algún que otro impacto aislado, jamás despiertan terror, temor o temblor. En las películas de este tipo no hay ninguna experiencia cinematográfica. Un sabio alguna vez escribió: “nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en los sentidos”. El cine fue capaz de aplicar esa enseñanza como ninguna de las demás artes y desarrolló un sistema de representación acorde. El estilo realista de estos pseudos-documentales es su negación. El último exorcismo no sólo no se toma en serio su tema (el del mal), sino que además descree totalmente del cine. Poco ofrece a los sentidos, y nada aporta a nuestro entendimiento.
Por último, algo más (aquí revelaremos algún aspecto del desenlace). Hacia el final, el personaje principal, el pastor protestante, sufre un cambio fundamental que lo lleva a enfrentarse cara a cara con la representación maligna en cuestión. Podríamos decir que ese es el centro del film: el hecho de que lo que él cree inexistente, finalmente aparece. El enfrentamiento que surge es fundamental entonces. Sin embargo, tal oposición no podrá ser vista, porque cuando el pastor decide dar un paso adelante, el personaje del camarógrafo (mediante el cual nosotros vemos todo) ¡sale corriendo!, hasta que lo matan. Una decisión tonta e imperdonable. Pero también es un lógico final para una película como esta.