El triunfo

Crítica de Juan Pablo Cinelli - Página 12

"El triunfo": Samuel Beckett en clave de comedia

El profesor de teatro de una cárcel de máxima seguridad descubre la conexión que existe entre sus talleristas presos y los personajes de "Esperando a Godot".

Los talleres carcelarios son experiencias que buscan ofrecerles a los reclusos nuevas perspectivas, desde las cuales replantearse la forma en la que miran no solo sus propias vidas, sino también al mundo que los rodea. Dentro de ese universo, aquellos dedicados al teatro suelen trabajar la puesta en escena casi de forma terapéutica, de modo que la dramatización le permita a lo metafórico funcionar como un espejo que ayude a revelar una nueva dimensión de lo real. Más o menos es eso lo que ocurre cuando Étienne, un experimentado actor de teatro que no atraviesa su mejor momento profesional, acepta hacerse cargo de uno de estos cursos, en una prisión de alta seguridad en las afueras de París.

Dirigida y coescrita por el francés Emmanuel Courcol, El triunfo realiza desde la ficción un registro pormenorizado de dicho proyecto. Ahí el profesor se encuentra con un grupo díscolo, cuyos integrantes en el fondo necesitan un espacio que funcione como válvula de escape para la frustración que provocan el encierro y la falta de horizontes. Luego de una experiencia inicial más bien sencilla, Étienne descubre la conexión que existe entre sus talleristas presos y los personajes de Esperando a Godot, la obra cumbre del dramaturgo irlandés Samuel Beckett. Sospecha que la espera inútil que soportan los personajes de la obra puede darle nuevos sentidos a ese obligado paso por el limbo terrenal que representa la institución carcelaria.

Si bien el subtexto dramático que recorre de punta a punta la película se percibe todo el tiempo y cada tanto asoma su cabeza sobre la superficie del relato con claridad, El triunfo elige trabajar sobre todo a partir de la comedia y el humor. Por esa vía registrará los avances que irán mostrando los integrantes de esa troupe, tan tierna como peligrosa. Pero además le permitirá al protagonista encontrarle un nuevo sentido a la crisis en la que se encuentra inmerso. Así consigue transmitir una mirada positiva que tiene en la esperanza su principal combustible, a pesar de los obstáculos que el propio sistema va poniendo en el camino de los personajes. Al mismo tiempo, tampoco puede evitar cierta candidez en la representación.

El triunfo está basada en un caso real ocurrido en 1986 en la ciudad de Gotemburgo, Suecia. De hecho hay una película de ese origen, Vagën Ut, de Daniel Lind Lagerlöf, que hace 20 años se encargó de contar la misma historia. Sin embargo, el hecho de trasladarla de Suecia a Francia y de la década de 1980 a la actualidad afecta al relato de forma inevitable. Resulta sencillo imaginar que hace 40 años, en una sociedad progresista como la sueca, pudieran tomarse ciertas decisiones que no resultan verosímiles al ser traspoladas a la Francia actual, atravesada por tensiones sociales que no tienen un reflejo en la película. La decisión de elidir dicho realismo carga a El triunfo con una inocencia que, sin arruinarla para nada como experiencia, enfatiza su carácter de fábula con moraleja explícita.