El tiempo de los amantes

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

(Anexo de crítica)
Una mujer que necesita hacer un clic para conocerse a ella misma; esta es la premisa con la que trabaja el ya consagrado Jérôme Bonnell en su nuevo opus El tiempo de los amantes (localismo más “sutil” que el original francés).
Esa mujer es Axil (Emmanuelle Devos, dueña de una belleza exótica), de profesión actriz, de novia con un personaje ausente (sabemos que es documentalista, pero el hombre sólo se presenta al teléfono), en un momento de fuertes decisiones en su vida y también de grandes cuestionamientos.
Ante la posibilidad de una audición debe viajar a Paris, y es en ese viaje que entrecruza miradas con Doug (Gabriel Byrne, en plan actor de Hollywood de excursión por Europa); ese, tan solo ese, será el clic para ambos.
Dos personas con duras cargas emocionales, a lo largo de un día, irán encontrando la manera de encontrarse y desatar una pasión que surgió con un mínimo gesto.
A diferencia de lo que podría pensarse, no es El tiempo de los amantes un film hiper cargado de romanticismo, por lo menos no al modo meloso en que las producciones importantes nos tienen acostumbrado.
Bonnell se encarga de poner el peso del relato de un solo lado de la balanza, el de Axil, siempre vemos qué le sucede a ella, qué es lo que mueve su “interior”, y no es solo una comezón del momento, una apetencia sexual, hay otros sentimientos y sensaciones que se develarán con el correr del relato.
Doug por el contrario cumple la función de contrafigura, sí hay sentimientos y una historia detrás de él, pero se siente como una información básica (ser melancólico por una pérdida reciente) para que sepamos por quién se interesa Axil.
Este desnivel ayuda a desviar la historia del simple plano del romance, y también colabora en el lucimiento pleno de la inmensa Devos por sobre un incómodo Byrne.
Emmanuelle vuelve a entregarnos otras de esas interpretaciones para el aplauso en donde le alcanza con un movimiento para que sepamos todo lo que quiere decir su personaje (que además es suficientemente verborrágica).
Bonnell cuenta una historia sencilla, intimista, pequeña, y se da el lujo de darle rienda suelta a su musa. El resultado un típico film francés con una mirada sobre el amor mucho más profunda y reflexiva de lo que varios productos pomposos pueden ofrecer.