El sexo de las madres

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

En una nota que leí hace muchos años, Adolfo Aristarain dejaba que el imaginario del espectador decida si había pasado algo o no entre los personajes de José Sacristán y Cecilia Roth en un momento de “Un lugar en el mundo” (1992). Era una sutileza que alimentaba una fantasía. Si se quiere una propuesta lúdica entre público y artista. Pero de ninguna manera este detalle atentaba ni contra la construcción de la historia, ni contra el metamensaje. Ni siquiera ponía en jaque la coherencia de cada uno de los protagonistas.

Últimamente parece haber una ruptura por partida triple de esto a lo que hacía referencia, cuando el resultado está puesto (o proyectado sobre la pantalla grande). La primera, es entre el discurso de los realizadores (una vez terminado el proyecto) y lo que realmente se ve. La segunda, es entre los personajes y la historia que los atraviesa. La tercera, (por carácter transitivo) la relación entre la obra y quién la observa.

Empecemos por destacar que estéticamente “El sexo de las madres” propone cosas interesantes. Hay una búsqueda deliberada de la (des) conexión entre la vida de la ciudad y otros lugares. No están en duda los logros de la dirección de fotografía de Fabián Giacometti, o la dirección de arte de Elizabeth Cárdenas. El punto es saber a qué pretenden aportar cuando una historia de básicamente cuatro personajes se torna tan confusa que parece demasiada cantidad de gente. Ana llama a Laura, su amiga de toda la vida, para pedirle ayuda (guita en principio). Ambas tienen hijos y el viaje los va a juntar a los cuatro. Se supone que este encuentro depara la revelación de cuestiones del pasado, presente y futuro que deberían importarle al espectador.

La elección de Alejandra, para con su propio guión en este caso, es que los personajes cuenten con la complicidad de quién quiera suponer más de la cuenta, y es allí donde reside la mayor dificultad para saber de qué se trata esta historia. ¿La fidelidad entre amigas amparada en momentos del pasado? ¿El abismo generacional entre madres e hijos? ¿El descubrimiento de la sexualidad? ¿Los hijos juzgando a los padres? ¿El desamparo a partir de las propias decisiones? Puedo seguir hasta Wikipedia si quiere. El tema es cuanto del texto cinematográfico permite las respuestas. Algunos diálogos abren el juego de los planteos existenciales y también de lo meramente cotidiano. Luego hay amagues de cierre que van en desmedro de algún relato que funcione al menos como eje conductor.

Mucho de lo virtuoso depende casi exclusivamente del elenco (encabezado por Roxana Blanco, Victoria Carreras, Tahiel Arévalo y Carolina Rodríguez Carreras), claramente comprometido, del que se percibe una química especial. La sensación está. Queda presente en cada conversación que escuchamos, y vemos como si fuera un conjunto de sutilezas sobre las cuales el espectador debe armar una historia más o menos coherente. Quizás es eso.

“El sexo de las madres” se trata de muchas cosas, y por la misma razón no se trata de ninguna.