El seductor

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Insinuaciones en el jardín

Al igual que Samuel Fuller, Don Siegel fue uno de los principales “directores puente” entre el Hollywood Clásico y el Nuevo Hollywood que comenzó a asomarse en la década del 60, en esencia debido a que hablamos de autores independientes e inconformistas que en el período más impersonal y bobo de la industria fueron relegados a films clase B y luego gozaron de una revaloración por parte de la fauna cinéfila, acorde con un pico creativo que llegó en la madurez y puso de manifiesto la libertad desde la cual encaraban sus películas. Siegel en especial es recordado por sus cinco colaboraciones con un joven Clint Eastwood: luego de dos opus correctos, Mi Nombre es Violencia (Coogan's Bluff, 1968) y Dos Mulas para la Hermana Sara (Two Mules for Sister Sara, 1970), el dúo se despachó con una trilogía de obras maestras bien disímiles compuesta por Defraudadas (The Beguiled, 1971), Harry, el Sucio (Dirty Harry, 1971) y Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, 1979).

Precisamente, en El Seductor (The Beguiled, 2017) Sofia Coppola pretende reinterpretar/ aggiornar la propuesta homónima de 1971, con resultados insatisfactorios si juzgamos al convite en relación al glorioso pasado y no tan insatisfactorios si pensamos al film en términos de la trayectoria de la realizadora. Dicho de otro modo, mientras que el trabajo de Siegel desbordaba irreverencia formal y conceptual (recordemos la maravillosa rebeldía de una película cuyo contexto era propio de los westerns, su dialéctica de base se vinculaba al porno soft y su desarrollo no ocultaba su inclinación hacia el cine de terror más sádico), esta experiencia que nos ofrece Coppola se ubica muy cerca del melodrama rosa tradicional (en buena medida la susodicha eliminó todo lo que podría resultar “polémico” con vistas a destilar el sustrato sardónico de la historia y transformarla en otro de sus pantallazos contemplativos por el universo femenino, algo así como la marca registrada de su carrera).

La premisa es la misma: durante la Guerra Civil Norteamericana, Amy (Oona Laurence), una niña que vive en un colegio/ internado sureño para señoritas, se topa con el cabo John McBurney (Colin Farrell), un soldado de la Unión con una pierna muy malherida, y así decide llevarlo al establecimiento educativo para que la autoridad del lugar, la directora Martha Farnsworth (Nicole Kidman), lo ayude y vele por su salud. Pronto el protagonista masculino se percata del tufo a represión sexual que existe entre las mujeres, lo que en un primer momento lo convierte en eje de una competencia implícita entre las niñas, las adolescentes y las adultas. El cabo por un lado comienza una suerte de romance con la imperturbable Edwina Morrow (Kirsten Dunst), la docente a cargo de las féminas, y por el otro se arrima a Farnsworth y hasta acepta de buena gana los devaneos sexuales de Alicia (Elle Fanning), una adolescente con algo de experiencia a cuestas en el campo amatorio.

Desde ya que esta olla a presión eventualmente explotará y el picarón de McBurney pagará las consecuencias de jugar a distintas puntas… de una manera bastante brutal y desproporcionada, por cierto (conviene no adelantar demasiado a aquellos que no hayan visto la extraordinaria película original). A pesar de que Coppola mantiene esa típica metamorfosis femenina que nos lleva de la rivalidad de los primeros capítulos del relato a la mancomunación del último acto, cuando llega el momento de ajusticiar al hombre y defenderse del peligro que de por sí representa por sus arranques de violencia, la verdad es que la realizadora y guionista en el tramo final acelera por demás la narración y en parte desperdicia la carga de sutil erotismo que había acumulado hasta ese punto, encima volcando el devenir hacia una especie de elogio “lava culpas” en lo referido al personaje de Kidman, quien ahora en vez de estar dominaba por la convicción y la ira más frías, se acerca en cambio a una corrección higiénica que la desembaraza de su responsabilidad para con el famoso castigo contra un McBurney que tenía pretensiones de quedarse de forma permanente en el instituto como jardinero. Para colmo esta estrategia se extiende a todo el planteo retórico, ya que aquí desaparecen personajes centrales como la esclava Hallie, los flashbacks que ilustraban los embustes y el pasado de cada quien e incluso esas fantasías sexuales que reforzaban el ambiente opresivo: tabúes del mainstream como el lesbianismo, el incesto, la esclavitud, la pederastia y la castración simbólica hoy quedan en el tintero.

Ahora bien, y como señalábamos anteriormente, si consideramos a la propuesta desde el punto de vista de lo que viene siendo la trayectoria de Coppola, el asunto cambia un poco porque nos permite afirmar que la obra calza con sus preocupaciones de siempre, cuenta con una primera mitad muy interesante y asimismo el convite la ayuda a aflojar un poco con aquel preciosismo un tanto superficial y apático para en cambio apuntalar un desarrollo de personajes que resulta limitado sólo desde la óptica comparativa en relación al film de 1971, ya que sopesando lo hecho por la estadounidense en ocasión de Somewhere: En un Rincón del Corazón (Somewhere, 2010) y Adoro la Fama (The Bling Ring, 2013), opus en esencia sólo para sus fans, en esta oportunidad amplía el abanico expresivo vía diálogos mucho más trabajados y sensatos. Por supuesto que estamos lejos del nivel cualitativo de la trilogía inicial de la cineasta, léase Las Vírgenes Suicidas (The Virgin Suicides, 1999), Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003) y María Antonieta, la Reina Adolescente (Marie Antoinette, 2006), y que Farrell hace lo que puede pero no le llega ni a los talones a uno de los Eastwood más freaks de toda su carrera, sin embargo El Seductor ofrece un gran desempeño por parte de Dunst (entregando otra versión de sus personajes helados recientes, ahora con una mayor dosis de frustración y vulnerabilidad) y Kidman (la señora es una actriz todo terreno que maneja muy bien el rango emocional de cada papel). A pesar de que este conjunto de insinuaciones -en un “jardín soñado” para cualquier hombre- adolece de la irreverencia de antaño, todavía deja la interpretación a gusto del espectador aunque en términos mucho más acotados/ sencillos que los que enarbolaba la obra de Siegel: podemos pensar que el entramado del canibalismo amoroso se debe a la presencia corruptora de un hombre para con un grupito de señoritas un tanto alienadas, o quizás responde al accionar de ninfas hipócritas a las que se le va un poco la mano a la hora de castigar las mentiras del protagonista, quien por cierto representa esa ancestral actitud masculina de decirle que sí a todo el mundo y después hacer lo que se quiere sin pedir permiso ni ratificación ni nada…