El romance del siglo

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Una esclava de otra vida

La relación entre Wallis y Edward, el rey que abdicó por amor, en la mira de Madonna.

La búsqueda del amor verdadero y de una identidad. Madonna, en su segunda incursión como directora de un largometraje (la comedia dramática Filth and Wisdom es de 2008) cuenta la historia de Wally Winthrop (Abbie Cornish), quien presa de su infelicidad conyugal se sintió atraída por la historia de Wallis Simpson (Andrea Riseborough), la mujer que luego de dos matrimonios conquistó el corazón de Edward (James D’Arcy), el principe de Gales, luego rey, y que decidió abdicar su trono en 1936 y transformarse en duque de Windsor. Y ella en duquesa. Todo por amor. Una verdadera revolución institucional para la realeza del Reino Unido.

La película viaja a Manhattan en 1998 donde se subastan los bienes de la pareja y Wally se enamora, es esclava de una vida ajena ocurrida varias décadas atrás. Mientras recorre los objetos se retrotrae a los años mozos de la famosa pareja de Windsor. Un ida y vuelta de tiempos que por momentos funden sus vidas y cuesta seguirle el hilo a la duquesa y su copycat siglo XX. Wally imagina ver a la figura fantasmal de Wallis, quien le aconseja que “se busque una vida”. Pero no lo logra y su vida es un reflejo vívido: desengaño, soledad, violencia de género (escenas muy crudas) y una fogosa epístola que toca el nervio de estas almas gemelas.

W.E.

(su título en inglés o las siglas de Wallis y Edward) se extiende demasiado en un argumento que podría resolverse en menos tiempo, pero gana en detallismo, preciosismo tanto en su fotografía como vestuario. En esta película pasado y presente se cruzan, se tocan, pegan y despiertan. La cámara rodea a las protagonistas y también se aleja para que las locaciones brillen, desde París a Nueva York. La vida de Wally se transforma cuando se enreda con un guardia de seguridad de la colección, lo que necesitaba para estar en el corazón del mundo de W.E. Las acciones de subasta muestran su caída al vacío de la devoción, llenar su vida con una ajena. ¿Con qué fin? ¿Cambiarla del lujo a la simpleza? ¿Lograr una identidad propia?

Los actores principales se lucen más en las escenas conmovedoras (D’Arcy, al dar el discurso radial para informar su abdicación) que en las tomas más relajadas y festivas. Y siempre con el piano como música de fondo, un sello de La reina del Pop (hoy y el sábado en River), quien lo refleja a puro dramatismo clásico en sintonía con el argumento del filme. Y muta, como la Ciccone, como cuando suenan los Sex Pistols y su Pretty Vacant en medio de una fiesta o cuando Wallis baila The Twist de Chubby Checker frente al lecho de muerte de su marido. Un codazo a tanta solemnidad.