El romance del siglo

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Dos mujeres en pugna

En su segundo largometraje como directora, la cantante pop Madonna (que por esas causalidades se encuentra en Argentina) utiliza el recurso de la historia especular para adentrarse en la tórrida relación que tuviera el Rey Eduardo VIII (James D''Arcy) con su amante norteamericana Wallis Simpson (Andrea Riseborough) y que se presentara como El romance del siglo, al igual que el título local del film cuando el original es W.E, que hace obvia referencia a las iniciales de ambos amantes.

En paralelo a lo histórico -que también fuese tomado como subtrama para la película ganadora del Oscar El discurso del rey- se desarrolla otra historia también protagonizada por una Wallis Simpson (Abbie Cornish) completamente alejada de las intrigas palaciegas pero que comparte con aquella mujer que provocó semejante escándalo a la corona británica un derrotero de angustias, maternidades frustradas y violencia más allá del romance clandestino con un poeta ruso que aporta un condimento dramático extra al relato.

La Wallis del presente mira con un dejo de admiración a la histórica; se deslumbra por ese mundo de joyas y lujo inalcanzable y sufre de la misma manera y los mismos dolores.

Eso es a grandes rasgos el planteo narrativo que Madonna matiza con una fuerte dosis de esteticismo, encuadres pictóricamente bellos y un estilo similar al que su ex pareja Guy Ritchie emplea habitualmente en sus trabajos y que la diva asimiló sin ningún problema.

Sin embargo, los raptos de manierismo se agotan en sí mismos y el guión acusa desprolijidades y cierta falta de rumbo que se hace evidente luego de una primera mitad aceptable, con un ligero repunte promediando los últimos 20 minutos.

Tampoco se puede cuestionar que Madonna haya impregnado a su película con una mirada feminista más que femenina en el amplio sentido del término para dejar un sabor agridulce en el paladar de un espectador más exigente y un eficaz uso de la corrección política a fin de ganar público y evitar todo tipo de controversia, aunque la crítica tanto inglesa como norteamericana haya destrozado su obra y cuestionado sus intenciones.