El reencuentro (USA)

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El director de Rebeldes y confundidos, la trilogía Antes del amanecer / atardecer / de la medianoche, Escuela de rock y Boyhood: Momentos de una vida adaptó y dirigió la novela escrita en 1970 por Darryl Ponicsan que ya había sido filmada en 1973 por Hal Ashby. Cranston, Carell y Fishburne son los tres veteranos de la guerra de Vietnam que se reencuentran después de muchos años y viajan juntos para cumplir con un último deseo.

“Sometimes my burden seems more than I can bear
It’s not dark yet, but it’s getting there”
Bob Dylan

Si bien directores como Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Brian De Palma o Peter Bogdanovich quedaron como los realizadores más representativos de aquella movida llamada New American Cinema que dominó la producción norteamericana entre fines de los '60 y mediados de los '70, acaso sean otros los nombres verdaderamente más representativos, estéticamente, de ese período de independencia creativa y ruptura de códigos tradicionales de Hollywood. Nombres menos celebrados como los de Bob Rafelson, Monte Hellman, Jerry Schatzberg o Hal Ashby tal vez fueron los que quedaron más claramente identificados con una época y un estilo, digamos, un tanto más lánguido y contemplativo, de narrar historias. Sin duda el que mejor heredó esa manera de pensar el cine es Richard Linklater. A su modo, el realizador texano viene armando una obra que tiene muchos puntos de contacto con aquel cine.

Es por eso que es más que natural que le haya interesado llevar al cine Last Flag Flying (El reencuentro es el título de estreno local), especie de secuela espiritual de El último deber (The Last Detail), de Hal Ashby, película de 1973 que daba a conocer a los personajes que el nuevo film, con sus diferencias, retoma. Esa especie de comedia dramática mezclada con road movie protagonizada por Jack Nicholson y Randy Quaid tomaba a dos marinos de la Armada estadounidense encargados de llevar a la cárcel a uno más joven que ellos por un delito menor y contaba sus desventuras a lo largo del viaje. En el largometraje de Linklater, basado en una novela del mismo autor de la original, los detalles y apellidos han cambiado, pero el espíritu del trío se mantiene, solo que 30 años después.

Ahora son tres veteranos de Vietnam con un pasado diferente en detalles pero con el mismo eje, solo que diferentes edades. El papel de Nicholson ahora lo hace Bryan Cranston y el del hombre más joven que va a la cárcel recae en Steve Carell. Es él quien, en 2003, va a buscar a ese hombre que, pese a enviarlo a prisión, se transformó en su compañero de aventuras entonces. Sal (Cranston) hoy es un alcohólico dueño de un bar que no ha hecho mucho con su vida pero sigue manteniendo un perfil ácido y anti autoritario, mientras que Doc (Carell) ha pasado un tiempo en prisión pero luego salió y formó una familia. El problema es que todo ha acabado para él: su mujer falleció muy poco tiempo atrás por una enfermedad y le acaba de llegar el telegrama informándole que su hijo murió en la guerra de Irak. El deseo de Doc es que Sal y su otro escolta de entonces, Richard (antes Otis Young, ahora Laurence Fishburne), ahora convertido en pastor religioso, lo acompañen al entierro en el cementerio de Arlington, Virginia.

En principio es un viaje breve pero que terminará complicándose, no solo dando pie a la esperable road movie llena de tropiezos, sino a una suerte de cómica y a la vez dramática reflexión sobre el pasado y el presente militar de los Estados Unidos, uno que va de las críticas a los poderosos a la solidaridad entre pares, con Linklater encontrando el tono justo para ironizar sobre las causas y motivos que llevan a su país a meterse en tantas guerras (“somos el único ejército de ocupación que espera ser aplaudido cuando invade un país”, tira Sal) pero a la vez respetando la camaradería, el compañerismo y la sensación de deber y respeto entre pares veteranos de guerra.

El trío se caracteriza, casi de manera estereotípica, por sus personalidades casi opuestas. Sal sigue siendo rebelde, pero Richard hoy es un hombre que decidió arrepentirse de todo y entregarse a Dios mientras que Doc es un hombre tímido y apocado que vive su drama interior casi en silencio mientras los otros dos discuten por casi todo, como si tuviera un ángel y un demonio dándole consejos opuestos. Al confrontarse con el ataúd de su hijo, se enteran que su muerte fue un poco más complicada de lo que le dice el Coronel de turno y deciden llevar el cuerpo a enterrarlo junto al de su madre, iniciando la cadena de peripecias.

Para Linklater es claro que ese es apenas un punto de partida para poner a esos tres personajes -y a esos tres excelentes actores- a conversar, enfrentarlos a situaciones complicadas pero también divertidas, emocionales pero también ridículas. Es la excusa para lo que más le gusta hacer: poner a la gente a hablar con el paso del tiempo como eje central. Y, si bien es una película en buena medida política, me da la impresión que lo que más le importa al director de Boyhood es confrontar modos de ver el mundo y de relacionarse con las propias y diferentes crisis existenciales de cada uno de los protagonistas. Los suyos son esos personajes secundarios de las grandes historias, ese “norteamericano medio” que, muchas veces a su pesar, tiene que cargar en su cuerpo y en su mente las decisiones tomadas por otros. Son veteranos de una guerra permanente que terminó, en cierto modo, absorbiendo y consumiendo gran parte de sus vidas. Y que sin dudas las definió.

Es un choque también de elecciones actorales, con Cranston poniendo toda la gasolina con una performance agresiva, casi teatral y por momentos muy graciosa, tratando de canalizar el espíritu con el que Nicholson abordó el original. Casi todo lo contrario hace Carell, un hombre apocado, consumido por su angustia y sus temores, el corazón emocional de la película. Fishburne, en tanto, aporta una inicial severidad, clásica de un hombre que decidió cortar con su pasado y transformarse en “un hombre de fe”, para luego ir dejando entrever otras facetas de su reprimida personalidad juvenil.

En el emotivo cierre, cuando suena la canción de Bob Dylan que abre esta crítica, las fichas de esta película terminan por caer, precipitándose, unas sobre otras. Como en toda la obra de Linklater es el tiempo, finalmente, el gran tema. El que pasa y nos interpela, preguntándonos que hemos hecho y que tenemos pensado hacer con él.