El recuento de los daños

Crítica de María A. Melchiori - Cine & Medios

Nada que decir

Una cámara fija e incómoda en la secuencia inicial. Largos planos desenfocados. Diálogos en apariencia claves para la trama que no se entienden por el mal sonido directo. Estas son algunas de las desprolijidades que resumen con bastante claridad este intento de cinematografía más bien indigno, doblemente decepcionante cuantas más pretensiones de buen cine parece tener.
Raro en una directora de la talla de Oliveira Cézar, que fue capaz de de alzarse con buenos resultados en filmes anteriores; más que cine comprometido, suena a cine por compromiso. El infaltable argumento troncal que alude a los años de plomo está metido a la fuerza en una trama donde la acción y los momentos más fuertes transcurren en una fábrica a punto de cerrar. Alusiones banales a tragedias griegas anticipan una subtrama aún más forzada (un posible e inconsciente incesto), todo bien regado con planos fijos de situaciones estáticas donde no se luce nada. Ni actores, ni decorados. Sumémosle a esto un leitmotiv al piano cansino, trillado e irritante como única música de acompañamiento a las acciones, y que suena a uñas contra un pizarrón sumado al molesto sonido directo.
En un momento, al personaje de Eva Bianco se le cuestiona sobre su silencio acerca del hijo apropiado, y ella responde simplemente: “No hay nada que decir”. No parece una frase ociosa, sino toda una definición para una cinta que abunda en planos de un pretendido expresionismo y un mal logrado efecto de cinema verité, pero con un guión tan endeble y carente de interés que vuelve inconexos los segmentos en que se divide el metraje y a sus personajes, insulsos.
No hay verosímil en las situaciones, ni escenas de riesgo, ni desenvoltura en los actores, a excepción quizá de Marcelo D´Andrea, el único al que se le nota oficio. Con la única y prístina excepción de la escena inicial, un accidente en una ruta desolada (comienzo prometedor que pronto se desinfla), la cinta es un compendio de obviedades encadenadas.
No hay mucho que agregar. Cuando el planteo de la película necesita ser defendido por sinopsis o spots publicitarios y no queda claro a través de las imágenes o del guión mismo, es indefendible. En cine no existe el “hubiese” y las justificaciones no se filman.