El Rati Horror Show

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Un modelo de documental político

Luego de Whisky, Romeo, Zulu y Fuerza Aérea SA, Enrique Piñeyro continúa con su cruzada de denuncia sobre la corrupción, el encubrimiento, la hipocresía y la falta de justicia en la sociedad argentina y consigue un potente, demoledor, modélico documental de investigación que desnuda la falta de escrúpulos, la impunidad, la hipocresía y la connvivencia entre la policía y el aparato judicial.

Esta vez, el realizador de Bye Bye Life no se ocupa de la seguridad aérea (tema en el que es un reconocido experto) sino del caso de Fernando Ariel Carrera, un comerciante treintañero y padre de tres hijos que en enero de 2005 manejaba por la Avenida Sáenz y -en medio de un tiroteo- quedó como único condenado (primero por los medios de comunicación y luego por la justicia) de la denominada "Masacre de Pompeya". Hoy, a pesar de que Piñeyro demuestra su absoluta inocencia, Carrera permanece detenido en la cárcel de Marcos Paz.

Con un notable uso de las nuevas tecnologías audiovisuales (más allá del regodeo en ciertos gadgets que posee), Piñeyro presenta primero el caso (cobertura mediática y juicio) en el que, en principio, no cabe ninguna duda de que Carrera es un delincuente que merece los 30 años de cárcel que le dan (los vecinos, incluso, piden que lo linchen cuando lo suben a una ambulancia luego de recibir ocho balazos).

Pero en los contundentes, conmovedores (e indignantes por lo que expone) 90 minutos de El Rati Horror Show, Piñeyro expone -con un impecable didactismo y enorme claridad- que todo ha sido fruto de la mentira, del engaño. El director (que aparece todo el tiempo en pantalla junto a sus colaboradores) desarma una por una las supuestas pruebas utilizadas para inculpar a Carrera, que ofrece también un puñado de atinados argumentos en los testimonios que dan cuenta de la condena mediática y pública.

El realizador expone también con enorme rigor la larga historia de excesos y atropellos de la comisaría 34 de Pompeya -ligada a tristes casos de gatillo fácil como el de Ezequiel Demonti- y cómo se movió con total impunidad en este caso para dar vuelta el caso y presentar a Carrera como un psicópata y asesino serial.

Como a muchos, a mí Piñeyro no me gusta cuando "actúa" de sí mismo en pantalla: luce por momentos demasiado soberbio, sobrador, canchero, cínico y autoindulgente (reconozco que tiene un buen manejo de la ironía y cierta impronta de estrella de Hollywood de los '40), pero como en los trabajos anteriores hay que dejar de lado su arrogancia (y los estúpidos lugares comunes que intentan minimizar su accionar por su condición de millonario) y sacarse el sombrero por la valentía de sus posturas públicas (es uno de los pocos que dice realmente las coasa por su nombre) y la solvencia de su tarea artística.

Ojalá esta película sirva para que un tipo que se está pudriendo injustamente en la cárcel recupere su libertad y vayan presos quienes realmente lo merecen. Será justicia. Y será, también, mérito de ese personaje extraño, contradictorio pero finalmente reivindicable que se llama Enrique Piñeyro, una suerte de Michael Moore autóctono pero sin tanto marketing y con mucho más huevos.