El precio de un hombre

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

De paseo por el capitalismo

El precio de un hombre es un título demasiado elocuente para trazar una posible lectura de este drama con alta consciencia social, dirigido por Stéphane Brizé y que cuenta con la actuación protagónica de un medido Vincent Lindon.
La idea central responde al título, porque se trata de medir -simbólicamente hablando- el valor de una persona en un sistema capitalista, donde la flexibilización laboral es una norma que rompe con toda noción de individualidad frente a un andamiaje calibrado y preparado para producir al menor costo posible.
No es la ecuación costo-beneficio necesariamente la que entra en juego, sino la idea de lo prescindible en lo que al ámbito laboral se refiere. Trabajo no calificado, cuyos postulantes arrastran años y entrevistas a cuestas, sin ningún horizonte más que la frustración por la pérdida de tiempo y dinero, y que termina por reducir cualquier tipo de expectativa personal y el sometimiento a reglas y condiciones poco saludables.
La primera escena marca las coordenadas de una rutina que además transforma paulatinamente al protagonista Thierry –Vincent Lindon-, un desocupado más de una larga lista, quien transmite su desesperación desde sus gestos más que por sus palabras y que discute la burocracia del desempleo, por ejemplo bajo la airada queja de haberse capacitado sin ningún sentido por la falta de perspectiva laboral. La necesidad de conseguir trabajo de cualquier cosa también es uno de los ejes donde la flexibilización laboral deja su huella, y por ese motivo el puesto de seguridad de un supermercado genera en Thierry por un lado la alternativa para salir de la crisis y volver a convertirse en el sustento del hogar, pero por el otro el conflicto por tomar contacto con una realidad más miserable de la que esperaba.
El director francés construye así un relato sólido desde la cotidianeidad y el trato entre Thierry, sus compañeros de trabajo y su empleador, sin caer en una salida fácil, redentora o bajada de línea discursiva, donde el entorno, en este caso la esposa y el hijo discapacitado de Thierry, juegan un rol importante.
Ser testigo del menudeo, es decir, el robo de algunos productos por parte de clientes o ciertas maniobras ilegales por parte de los empleados del supermercado hace del protagonista un receptáculo de sensaciones contradictorias, planteos éticos en situaciones particulares y una sutil transformación desde las conductas ajenas hasta las decisiones que debe tomar para mantener un equilibrio emocional, que lejos de concretarse cada vez se ve más alterado.
El precio de un hombre -2015- no pretende ser un film de denuncia o panfleto reivindicatorio, sino un profundo retrato de una realidad laboral acuciante, actual, que también tiene su ojo de la tormenta en Europa y más precisamente en Francia, como ya lo demostrara hace tiempo la película Recursos Humanos (Ressources humaines -1999-) y El Empleo del Tiempo -2001- por no citar a la más reciente Dos días, una noche -2014-.