El precio de un hombre

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Un desafío moral

El director francés Stéphane Brizé cuenta esta historia de ficción como si fuera un documental. El recurso narrativo que utiliza de manera prácticamente excluyente es enfocar la cámara como si se tratara de un personaje más de la trama, sólo que adopta las características de una especie de intruso que observa sin ser advertido por los otros personajes.

Ese intruso se mueve con un punto de vista a la altura del ojo humano, precisamente, y acompaña sobre todo a Thierry, un hombre de 51 años, desempleado desde hace más de un año y con una familia a cargo.

Con un reiterado uso de plano y contraplano, y otros momentos, como en la escena final, con un nervioso travelling casi corriendo detrás del protagonista, “El precio de un hombre” (La loi du marché/La ley del mercado, en el original) relata paso a paso todo el proceso de adaptación a la nueva situación por parte de este individuo, que ha quedado excluido del mercado laboral al cerrar la empresa en la que trabajaba, y las dificultades que encuentra para volver a insertarse.

Con una rigurosa economía de recursos expresivos, el observador va mostrando a Thierry en diferentes situaciones. Comienza con el personaje en plena entrevista laboral en la oficina de empleo, donde se entera de que, pese a haber realizado un curso de capacitación, no califica para un trabajo por no reunir una serie de requisitos de los cuales no fue advertido al hacer dicho curso. Frustrado y con la sensación de haber perdido mucho tiempo y tal vez otras oportunidades, Thierry se traga la bronca y sigue buscando alternativas.

El suyo es un camino individual, ya que rechaza la propuesta de otros compañeros en situación similar de realizar reclamos conjuntos. Thierry ni siquiera habla con su esposa de ese tema. También tiene un hijo adolescente discapacitado a quien atiende con especial solicitud, pero se cuida todo el tiempo de no transferirle al muchacho su angustia de padre y de esposo, y se muestra, en cambio, abierto a seguir las recomendaciones de los especialistas en recursos humanos, que lo llevan a concurrir a reuniones de evaluación en grupo de sus aptitudes y también otras prácticas para mejorar su expresividad y comunicación.

Breve y conciso para manifestar sus pensamientos y también sus emociones, va maniobrando ante la adversidad, sorteando cada dificultad, haciendo concesiones a su dignidad, en la medida en que su espíritu de lucha se lo permite.

Después de algunos intentos fallidos, finalmente, consigue otro empleo, aunque de menor jerarquía y salario más bajo que el que perdió.

Las cosas empiezan levemente a mejorar, en ese aspecto, aunque el sistema muestra otro frente difícil, que es la inserción del hijo discapacitado en un mundo insensible y altamente competitivo.

Sin bajar los brazos, Thierry y su esposa siguen adelante, buscando opciones para el joven y también para ellos.

Pero en su nuevo empleo, este padre de familia deberá enfrentarse a un desafío moral que lo pondrá en una encrucijada que parece colmarle la paciencia.

Si bien el final es abierto, deja la sensación de que esta vez a Thierry la presión le ha dado en un punto de no retorno o por lo menos, extremadamente difícil de digerir.

La pregunta que deja flotando Stéphane Brizé es hasta dónde está dispuesto un ser humano normal, y en condiciones de desempeñar un trabajo de no poca responsabilidad, a tolerar conductas abusivas de los empleadores, en busca de obtener mayor rentabilidad a cualquier precio.

Una pintura social de un momento histórico en el que los problemas laborales de la sociedad actual afectan a gran cantidad de miembros de la clase media proletaria de las grandes ciudades. Un tema recurrente en la cinematografía francesa de los últimos años al que el “El precio de un hombre” de Brizé aporta su punto de vista.

Cabe mencionar que el actor Vincent Lindon ha obtenido el merecido premio a la mejor actuación, por este papel, en el 68º Festival de Cannes.