El precio de un hombre

Crítica de Fernando López - La Nación

Lacónico retrato de una realidad de hoy

Salvo contadas excepciones, casi siempre en el cine europeo y, especialmente, en el francés, la crisis económica y su directa, decisiva incidencia en la realidad social de nuestros días, no suele ser objeto de atención de la cámara cinematográfica. La vida tal como es en esta alborotada etapa del mundo contemporáneo -y cuyas manifestaciones trastornan el estado de las sociedades o de buena parte de ellas en más de un país- no ofrece, por supuesto, el mismo glamour que las fantásticas aventuras de los superhéroes que dominan las pantallas. Por ejemplo, el mundo del trabajo -¿qué duda cabe?- ocupa un tiempo preponderante en la vida de los humanos, pero esa influencia rara vez encuentra su equivalente en las historias que el cine de hoy elige contarnos. Casos como el de El precio de un hombre -el film de Stéphane Brizé que merecidamente le dio a Vincent Lindon el premio al mejor actor en el último Festival de Cannes- es uno de esos raros retratos del mundo de hoy, precisos, implacables y despojados de artificios, pero que al mismo tiempo que exponen el cuadro del trabajo en toda su aridez y su precariedad guardan cierta mirada tierna y comprensiva hacia quienes resultan víctimas de estas leyes que el mercado impone. El film rehúye el maniqueísmo y no se queda en la simple denuncia ni sugiere solución alguna. Lo que hace es describir una situación real y dejar que sea cada espectador el que enfrente el dilema moral que se le presenta al protagonista, un hombre de 51 años, casado y padre de un adolescente discapacitado.

La película se compone de varias secuencias que en bloques sucesivos ilustran por un lado su vida familiar y por otro, la sacrificada batalla que el hombre debe encarar para obtener algún nuevo puesto de trabajo: ya lleva más de un largo año desempleado y su misión le exige tiempo, paciencia, esfuerzos y no pocas humillaciones. Al iniciarse la proyección, él acaba de completar un curso que le insumió varios meses y que no le rinde resultado alguno.

Las entrevistas se suceden e incluyen su cuota de cinismo y de humillación, tanto en la de la bancaria que intenta venderle un seguro, la que debe realizarse vía Skype o algunas en las que el aspirante debe someterse no sólo a la evaluación de los jefes de recursos humanos, sino también a la de otros aspirantes como él que en un clima bastante agresivo lo observan y juzgan todo, desde la certeza de las respuestas y el tono y volumen de su voz hasta su postura física o su apariencia. Tampoco falta una pizca de humillación y cierto eco de la violencia que impone el mercado en el paso por una clase de baile y en el largo regateo con los presuntos compradores de su pequeña casa rodante cerca del mar. Brizé (coautor del guión con Olivier Gorce) eleva la temperatura cuando el protagonista deviene guardia de seguridad de un supermercado donde no sólo debe vigilar a los clientes a través de una multitud de cámaras, sino también a sus pares y sus compañeros: un inquietante espejo de dos caras que remata este film lacónico y provocador. Vincent Lindon descuella con la economía de sus recursos expresivos y su poderosa intensidad al frente de un elenco cuya condición amateur (muchos se representan a sí mismos) aporta cierto aire documental que contribuye con la verdad que rezuma el film.