El pasajero

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

Los riesgos de viajar en la hora pico

El director y el actor ya saben cómo llevar adelante una de esas películas que no ofrecen nada novedoso ni aspiran a grandes premios, pero pueden sostener una trama con sus buenos giros de tuerca y la premisa de, a pura acción, hacer posible lo imposible.

Neeson es Michael, un ex policía devenido laburante civil sometido a una situación extraordinaria. 

Las quejas por el hacinamiento en el subte en hora pico, las cancelaciones constantes de los trenes y la ausencia de determinadas líneas de colectivo después de la medianoche son una recurrencia en las bocas de los argentinos. Pero pasarla mal, verdaderamente mal en un transporte público es otra cosa. Bien lo sabe Liam Neeson, quien supo recibir un mensaje de texto en un avión (¡a 10 mil metros de altura!) alertándolo sobre la muerte de un pasajero cada veinte minutos, y que ahora tiene que encontrar a un testigo encubierto en un tren repleto a cambio de la vida de su familia. Se recomienda huir urgentemente ante la presencia del actor irlandés en algún aeropuerto o estación, puesto que compartir asiento con él puede convertir cualquier día en un martes 13. Aunque, claro, siempre terminará haciendo de las suyas para que el pasaje completo llegue a destino sano y salvo, sobre todo si quien pilotea el vehículo es un realizador de probados pergaminos en situaciones de emergencia como Jaume Collet-Serra.

La cuarta colaboración entre el español y el protagonista de La lista de Schindler es una de esas películas que no ofrece nada novedoso ni aspira a ganar premios importantes. Pero también una que sabe muy bien cuáles son sus intenciones y, aquí el mérito, cómo llevarlas adelante. Deudora durante gran parte de su recorrido narrativo de un cine nervioso y artesanal cada vez más relegado de la cartelera, El pasajero presenta a un Neeson típico de la última década: un ex policía devenido laburante civil sometido a una situación extraordinaria que deberá resolver solito. Al mismo tipo de personaje que, entre otras penurias, sufrió el secuestro de su hija (Búsqueda implacable), perdió la memoria después de un choque en taxi (Desconocido), desarticuló una toma de rehenes en un avión (Non–Stop: Sin escalas) y rescató a su hijo de las garras de un poderoso mafioso (la muy recomendable Una noche para sobrevivir), le toca salvar las papas durante un viaje en tren rumbo a casa. Allí lo esperan su mujer y un hijo por cuya facultad están a punto de endeudarse hasta la médula. O al menos esa era la idea hasta que a papá le anunciaron esa mañana que se quedaba sin trabajo. 

“Hay alguien acá que no encaja y vos tenés que encontrarlo antes de la última estación”, le dice la mujer que se le sienta enfrente (Vera Farmiga), dándole como único dato que su objetivo lleva una mochila. ¿Por qué a él? ¿De qué se trata? ¿Quién es la dama misteriosa? ¿A quién buscar? Todas preguntas que Michael (Neeson) irá respondiéndose a medida que avance el metraje y termine involucrado hasta el fondo en un juego que hubiera preferido no jugar. Como un Poirot sucio y violento, irá descartando “sospechosos” uno a uno ante la mirada de pasajeros que desconfían de su teoría conspiranoide. El único que le cree es Collet Serra. Como en Desconocido y Sin escalas, el realizador vuelve verosímil lo que no es a puro pulso narrativo, claridad visual y confianza en la acción física, torciéndole la muñeca a un guión que reserva para la última media hora una seguidilla de vueltas con traiciones dobles y discursos aleccionadores a cargo de un héroe que funciona mejor cuando pega y se mueve que cuando habla.