El pasajero

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Conspiración sobre rieles

Las películas del amigo Jaume Collet-Serra le hacen muy bien al cine contemporáneo de género porque mientras que otros apuestan de manera compulsiva por el artificio digital estupidizante y propuestas carentes de toda pasión o verdadero compromiso para con los formatos trabajados, el director catalán en cambio siempre entrega obras que rankean en punta entre las más furiosas, mejor desarrolladas y más entretenidas del año, creaciones que ponen el acento en el dinamismo y la construcción sutil de un héroe a la vieja usanza, un paladín semi improvisado que -respetando la lógica hitchcockiana- se ve obligado a actuar por una coyuntura sumamente implacable que tiende a la manipulación. Como no podía ser de otra forma, su última realización, El Pasajero (The Commuter, 2018), es una muestra más del talento del señor a la hora de plantar bandera en los campos del terror y los thrillers de misterio y acción, una faena encarada con detallismo y una gran inteligencia narrativa.

Hablamos de la cuarta colaboración entre Collet-Serra y Liam Neeson, luego de las también maravillosas Desconocido (Unknown, 2011), Non-Stop: Sin Escalas (Non-Stop, 2014) y Una Noche para Sobrevivir (Run All Night, 2015), films tan exitosos como las incursiones del cineasta en el horror, La Casa de Cera (House of Wax, 2005), La Huérfana (Orphan, 2009) y Miedo Profundo (The Shallows, 2016). Ahora retoma aquel entorno cerrado de Non-Stop: Sin Escalas para enmarcarlo en un planteo a lo Agatha Christie -aunque con esteroides- centrado en descubrir a una persona entre un grupo variopinto a partir de datos mínimos que poco y nada ayudan a la pesquisa. El protagonista es Michael MacCauley (Neeson), un ex policía y hoy agente de seguros que es despedido de su trabajo sin mayores explicaciones, circunstancia que lo coloca contra las cuerdas a nivel económico porque tiene que pagar dos hipotecas y enfrentar una tanda de gastos relacionados con su familia.

Precisamente en el día en el que se queda sin trabajo, Michael es abordado por una extraña llamada Joanna (Vera Farmiga) en un tren suburbano de New York, la cual le dice que si identifica a un pasajero inusual de la formación y lo marca con un dispositivo GPS recibirá 25 mil dólares que están escondidos en un baño del convoy y 75 mil después de completada la misión. Desde ya que el hombre inicialmente desconfía pero al encontrar el dinero en el sanitario, decide tomarlo y proceder con precaución desde ese momento. El verdadero problema para MacCauley comienza cuando pasa el tiempo y la investigación no avanza, lo que deriva en una amenaza tajante contra su esposa Karen (Elizabeth McGovern) y su hijo Danny (Dean-Charles Chapman), a quienes Joanna promete matar si no da pronto con el objetivo, un individuo al que por supuesto le espera un final bien funesto vinculado a una conspiración para silenciar una denuncia contra los oligarcas del poder político/ económico.

El film no se anda con vueltas y va directo al eje de la cuestión, una búsqueda desesperada en pos de hallar una solución que por un lado garantice la seguridad de la familia del héroe y por el otro no implique hacer asesinar a uno de los pasajeros, por más que los cadáveres se acumulan desde temprano para “convencer” al hombre de que debe dedicar más ímpetu a su tarea bajo la pena de continuar metiéndole presión hasta el extremo de afectar a sus seres queridos. Con el transcurso de los años Collet-Serra terminó convirtiendo al veterano Neeson en una suerte de versión aggiornada de Lee Marvin o Charles Bronson o James Coburn, aunque más tirando a la arquitectura de los thrillers recargados de las décadas del 80 y 90, aquellos que gustaban de recorrer la línea que separa al “delirio de acción” modelo Hollywood del misterio realista de descubrimientos escalonados, siempre poniendo un pie en cada territorio y hasta a veces saltando con comodidad entre ellos cual danzante experto.

Con mucho más en común con esas propuestas desvergonzadamente clase B de otras épocas que con la fanfarria hueca y anodina del mainstream actual, el convite juega todas sus fichas al vértigo a escala minimalista porque enfatiza el devenir personal de MacCauley más que la colección de secuencias rimbombantes por lo rimbombante en sí (ese es el componente old school del opus, léase el arte de equiparar la psicología del protagonista con el desarrollo dramático y los momentos de piñas, patadas y disparos). Hoy tampoco podemos obviar que el elenco es extraordinario y habla de la capacidad de convocatoria de las películas del combo Collet-Serra/ Neeson: a Farmiga y McGovern se suman Sam Neill, Patrick Wilson, Jonathan Banks y Clara Lago, todos perfectos en sus roles y con el tiempo necesario en pantalla para disfrutarlos como es debido. Sólo resta agradecer una vez más al catalán por una obra redonda y adictiva como muy pocas en el panorama contemporáneo…