El origen

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La vida es sueño

Muchas reseñas sobre El origen insisten en la proximidad entre la última obra de Cristopher Nolan y la concepción de los sueños en el psicoanálisis. ¿Freud revisitado por Hollywood? Puede ser, aunque esta nueva aproximación de Cristopher Nolan, director de Batman y Memento, a su tema predilecto, la alteración de la percepción y el carácter contingente de la identidad, es más bien un thriller filosófico.

El sólido Leonardo Di Caprio es un espía corporativo llamado Cobb, un hombre capaz de extraer y leer el subconsciente ajeno. Este fugitivo de la Justicia norteamericana, viudo y padre de dos hijos a los que extraña durante su obligada ausencia, surfea libremente a través de los sueños de los otros, excepto si el “subconsciente ha sido militarizado”. Asistido por una tecnología jamás descrita pero efectiva, él y sus ayudantes se conectan con las representaciones oníricas de sus blancos.

Cobb será contratado por el líder de una corporación japonesa. El objetivo: manipular la suerte de un competidor monopólico. Ya no se tratará de descifrar los secretos del subconsciente del rival más poderoso sino de inseminar un pensamiento que pueda alterar el deseo y, por lo tanto, la identidad. El pensamiento es un virus, el más poderoso; una idea dirige la voluntad.

Si Matrix de los hermanos Wachowski funcionaba como una introducción a la filosofía platónica y el mito de la caverna, El origen parece una introducción perfecta a la primera meditación metafísica de Descartes: no hay un criterio preciso y confiable para distinguir entre la conciencia de la vigilia y la onírica; la certeza es un mito.

Escrita y dirigida por Nolan, no hay duda de que se trata de una película personal. Sus obsesiones están presentes, pero la espectacularidad de sus efectos, algunos admirables, termina por debilitar su apuesta filosófica y la fluidez narrativa del filme. En un pasaje intranscendente, un personaje mira un retrato del pintor Francis Bacon. Es un rostro fragmentado, desarticulado, un rostro desprovisto de unidad en el que la identidad humana se devela frágil y deleznable. Es un plano de transición, casi imperceptible, y es allí donde descansa el centro filosófico del filme.