El origen

Crítica de Orlando Verna - La Capital

Un largo e intrincado paseo por el laberíntico mundo de los sueños.

“El origen” refiere a la raíz de las ideas que se producen en nuestras mentes. Es un principio a través del cual se construye el mundo. Forma parte, en lo más profundo del ser, de lo que los psicoanalistas llaman inconsciente, al resguardo de la propia realidad. Es aquello que motoriza sin que nos anoticiemos de ello. Hasta allí espera llegar Dom Cobb, un especialista en robar pensamientos que se encuentra con su mayor desafío: implantar una idea-raíz en la cabeza de un poderoso empresario (la “Inception” de la que habla el título en inglés). Intrincada, larga y desaconsejada para los cultores de la acción lisa y llana, el último filme del director de la batmaníaca “El caballero de la noche”, protagonizado por Leo DiCaprio, se introduce en un laberinto onírico del que no consigue salir del todo airoso.
El argumento intenta hacer más complicado todavía, como si no lo fuera, el mundo de los sueños. Y la apuesta es introducirse en el sueño de otro a través de un sueño propio. O mejor, crear el ambiente para un sueño con imágenes inducidas. O peor, hacer soñar un sueño dentro de otro sueño.
Sea así o asá, la trama es una superposición de sueños donde uno nunca sabe dónde está parado, si en la realidad real (convencidos de que la hubiera), en el sueño de la víctima del robo mental o en el del victimario, un DiCaprio suelto, de ceño fruncido, compenetrado con su personaje, aunque sea fácil de asociar con el Teddy Daniels de “La isla siniestra”, de Martin Scorsese, el filme anterior del actor de “Titanic”.
Llaman la atención los efectos especiales (de una factura casi siniestra), la innecesaria secuencia final en la nieve (nunca se explica por qué, excepto que la municipalidad de Alberta, en Canadá, le haya regalado al equipo de filmación la estadía), la belleza de Ellen Page (la misma de “La joven vida de Juno” y de “Hard Candy”) y de Marion Cotillard (aunque parezca imposible su caracterización de Edith Piaf en “La vie en rose”), los casi cameos de Michael Caine, Tom Berenger y Pete Postlethwaite, las tomas de las peleas en unos pasillos sin gravedad y la extendidísima resolución de la historia.
De todas maneras y presentada como un thriller, la película (un boom de taquilla en Estados Unidos y con exhibición restringida en México por problemas de distribución) tiene partes entretenidas y otras no tanto, atrapa con su promesa de manipulación mental y con su elenco de estrellas, insiste en construir laberintos de difícil salida y alimenta el género con una novedosa propuesta.
Pero la experiencia de falta de ubicación y la falsa temporalidad construida por Nolan terminan confundiendo, con el peligro de desatención y digresión que eso implica para un espectador medio.