El ojo del tiburón

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Rituales de iniciación

Como ocurría en las imágenes de Unidad 25 (2005), film carcelario no convencional, el director Alejo Hoijman observa a sus personajes y al paisaje sin caer en el pintoresquismo recurrente en el género.

La geografía es protagonista en esa selva nicaragüense, en la zona de San Juan, tanto como Bryan y Maikol, jóvenes del lugar viviendo la etapa fronteriza entre la adolescencia y la adultez.
Los detalles que capta Hoijman con su cámara son mínimos pero intensos para exhibir ese tránsito donde se terminan las charlas entre Bryan y Maykol y empiezan los compromisos a futuro. En ese sentido, el viaje al ojo y el cuerpo del tiburón confirmará el pasaje que deriva en nuevo ritual: allí los adolescentes, junto al padre de uno de ellos, comienzan una nueva vida, invadida por el riesgo y la situación límite, por la aventura original y la muerte mordiendo los tobillos.
En ese mundo selvático y luego a la deriva de los personajes, donde la responsabilidad cobra protagonismo, Bryan y Maikol viven el aprendizaje que lleva a la búsqueda, al encuentro con algo inasible, al fin de la inocencia.
Hoijman sabe dónde ubicar su cámara, explorando en los jóvenes moradores del lugar, articulando un discurso donde el paisaje se funde a Bryan y Maikol, tal como sucedía en el presidio particular de Unidad 25. Exponiéndose a la naturaleza, personajes y director, dejan entrever sutiles comentarios sobre un futuro invadido por los interrogantes. Un futuro que habla de un continente y del día después que les correspondería a Bryan y Maikol, una vez que la caza del tiburón se convierta en rutina y las exigencias de la vida reclamen un compromiso mayor. Pera ésa sería otra historia.