El mural

Crítica de Laura Gehl - Cinemarama

“Tengo hambre, mucha hambre de pintar”
David Alfaro Siquieros

El mural comienza con la aclaración: “basada en hechos y personajes reales”; la base en este caso es el mural, Ejercicio plástico, que pintó David Alfaro Siqueiros en el sótano de la quinta Los Granados de Natalio Botana entre julio y noviembre de 1933. A partir de ese fundamento, real, Olivera decide recortar, alterar y edulcorar lo que básicamente se constituye como un rumor, jugoso y cautivante, pero que sólo parece provenir de la mente de Blanca Luz Brum. Si esa construcción antojadiza y torpe (la de Olivera, no la de Brum) estuviera suficientemente despojada del bagaje histórico, y a su vez no nos tirara aspectos de la Historia como si fueran aceitunas por la cabeza, esta introducción que estoy haciendo sería distinta.

Un poco de contexto. David Alfaro Siqueiros fue un hombre con una vida riquísima que de ninguna manera podría abarcar en estas líneas, por eso vamos a contentarnos con decir unas pocas cosas: desembarcó en Buenos Aires un 25 de mayo de 1933, invitado por la Asociación Amigos del Arte con la aristócrata Bebé Elizalde (el nombre lo dice todo ¿no?) a la cabeza y con motivo de exponer algunos cuadros de su obra. Siqueiros llega como un pintor consagrado, famoso por sus murales y cuadros y admirado y cuestionado por sus ideas (revolucionarias, de izquierda, antitroskistas) a una ciudad política y socialmente convulsionada. El 1 de junio se inaugura su exposición en Van Riel, en distintos periódicos de la época se cuenta que asistieron miles de obreros a verla ante el espanto de los Amigos del Arte que terminaron por clausurar la exposición. Siqueiros, cautivado por esa Buenos Aires, decide buscar una superficie para pintar un mural; superficie que le es negada por el gobierno de Justo. Muchas son las posibles razones que se barajan para explicar los porqués de Botana a la hora de ofrecerle a Siqueiros pintar un mural en su casa, pero quizá la más importante sea darle una especie de asilo político en su quinta, apoyado por la esposa de Botana, Salvadora Medina Onrubia. A los pocos días llega la mujer de Siqueiros, Blanca Luz Brum, poeta uruguaya y no menos controvertida que su marido, quien después, en Chile, relata una especie de triángulo amoroso fogoso y turbulento que siempre gira alrededor de ella, pero del que nadie más da cuenta. Este triángulo (o entrevero de pasiones) es el argumento fundamental de El mural.

Ejercicio plástico. Sin duda uno de los aspectos más interesantes de todo este entramado es el famoso mural. Después de la muerte de Botana, la quinta se vendió varias veces y Ejercicio plástico corrió todo tipo de suertes, como por ejemplo que Álvaro Alsogaray lo mandara cubrir con ácido muriático y pintura a la cal para que no perturbe a su pequeña hija María Julia. Posteriormente, y tras numerosos vaivenes judiciales, el mural terminó embargado y durmiendo en containers en San Justo por más de diecisiete años, hasta que en noviembre de 2003 fue declarado bien de interés histórico y artístico, rescatado y puesto a restaurar. Quien lo desee puede ver un pequeño tramo en la Aduana Taylor. Y para el que le interese toooda esta kilométrica y fascinante historia le recomiendo fervientemente ver el documental Los próximos pasados de Lorena Muñoz (premiado en el Bafici del 2007) y leer el libro Cautivo de Álvaro Abós (de donde robé descaradamente la cita que abre este texto).

Ahora sí, la película. Decíamos en la introducción que Olivera toma el rumor de Blanca Luz y lo convierte en la “historia detrás del polémico mural” al que en realidad nunca le da tal entidad. La película comienza con la llegada de Siqueiros a Buenos Aires donde lo recibe una bastante pobre recreación de Pablo Neruda (que ni siquiera estaba en la ciudad sino hasta agosto de ese año), que oscila entre recordar y perder el característico acento chileno conforme van pasando los minutos. Unos empedrados y vestidos de época más allá (época muy bien escenificada y sin demasiadas ostentaciones, por cierto) dan el marco para que finalmente Siqueiros y Botana se conozcan en la redacción del diario Crítica donde Olivera sienta las bases de una admiración creciente por la figura del director del diario, a quien presenta despojada de matices y como una persona honorable y carismática, al punto de poner en boca de sus hijos, como única forma de llamarlo, el apelativo de “papito”, palabra que dicha por boludones grandotes genera bastante fastidio.

Al final la mentada historia no es otra cosa que Botana teniendo sexo con Blanca Luz, Blanca Luz teniendo sexo con Neruda, Blanca Luz teniendo sexo con Siqueiros, Salvadora teniendo sexo con el personaje de Juan Palomino (uno de esos personajes que no se sabe bien para qué están, ni por qué aparecen ni qué sentido tienen dentro del argumento y que de la misma manera en un momento no se los ve nunca más) y nada más, mientras se nos van mostrando pinceladas del mural que hiciera el mexicano junto con Castagnino, Spilimbergo y Berni, personajes que Olivera presenta con nombre y apellido, gesticulando aparatosamente, no vaya a ser cosa que pensemos que son simples pintores de paredes que andaban por ahí brocha en mano. De igual manera se introducen todos, con primeros planos y en los que la personalidad en cuestión dice su nombre como en la primera clase del colegio (la de Carla Peterson es la más obscena de todas: se para, se da vuelta y dice “Blanca Luz Brum, esposa de Siqueiros”). Todas las situaciones de época y por sobre todo los nombres están revoleados sin mayor profundidad que una enumeración de figurines y desprovistos de todo contexto y pareciera que con el único objetivo de poner a Peterson en bolas. Para El mural, Botana es un tipo re-groso, Siqueiros un mexicano despeinado que pintaba lindo y Blanca Luz una mina imponente y ligera de cascos que al final se enamora de Botana porque quién no querría enamorarse de semejante personalidad tan noble y cautivadora, no como ese pintorsucho quilombero demasiado adepto al tequila y como si fuera poco golpeador. En definitiva, que si usted gusta de sentarse en una sala de cine y ver una buena película, no vaya a ver ésta.