El muñeco de nieve

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Los ciclos del dolor

En el cine contemporáneo no abundan los buenos narradores, o por lo menos los autores que aprovechen en serio las posibilidades que ofrecen los géneros porque de hecho poseen la paciencia suficiente para dar espacio al desarrollo de la historia y sus protagonistas principales, por ello mismo Tomas Alfredson se destaca entre la enorme mayoría de los directores actuales. En El Muñeco de Nieve (The Snowman, 2017) el sueco ratifica la destreza que ya había demostrado en Criatura de la Noche (Låt den Rätte Komma in, 2008) y El Topo (Tinker Tailor Soldier Spy, 2011), sobre todo en lo que respecta a la construcción de un suspenso sutil, detallista y francamente maravilloso, capaz de conciliar por un lado el apuntalamiento de personajes y un humanismo circunspecto y por el otro la necesidad de mantener la tensión alta en todo momento y traer a colación una especie de fetichismo para con la dialéctica de la intriga y un acecho nocturno que casi siempre deriva en sorpresas.

Alfredson vuelve a utilizar su estrategia favorita, esa orientada a exacerbar los recursos del enclave trabajado y al mismo tiempo volcarlo hacia una entonación específica que no se condice con el acento que el mainstream -y a veces también el indie- pretenden imponer en el grueso de sus obras: mientras que en Criatura de la Noche tomó los engranajes del terror para llevarlos hacia un lirismo bellísimo e incomparable, y en El Topo metamorfoseó los relatos de espionaje en lo que podríamos definir como una batalla retórica de mentiras y metamentiras, en esta oportunidad transforma progresivamente el marco de los thrillers hardcore noventosos en un esquema bastante más complejo cercano al policial negro más clásico, el horror de “cruzada moral” y hasta los dramas familiares de reconciliación, un combo que por cierto jamás se siente forzado y que el realizador administra con astucia y mano maestra a lo largo de un metraje que hace del arte de retener información su bandera.

La propuesta nos presenta el devenir de un par de detectives de Oslo, Harry Hole (Michael Fassbender) y Katrine Bratt (Rebecca Ferguson), en pos de desentrañar qué se oculta detrás de una serie de desapariciones de mujeres que luego son halladas descuartizadas, lo que parece estar relacionado con unos tétricos muñecos de nieve construidos cerca de los hogares de las víctimas y con un caso de años atrás que investigó Gert Rafto (Val Kilmer). Como en toda buena epopeya de género, el carácter de los personajes juega un papel fundamental porque acompaña los pormenores de la trama: el guión de Hossein Amini y Peter Straughan, a partir de una novela de Jo Nesbø, responde a una premisa típica del film noir, con una Bratt inexperta pero aguerrida y un Hole ebrio que trata de recuperar su vieja gloria profesional y para colmo “hacer de padre” de Oleg (Michael Yates), un adolescente que no es su hijo sino de su ex pareja Rakel Fauke (Charlotte Gainsbourg) con otro hombre.

Desde ya que los inconvenientes se van acumulando y no todo es lo que parece en este misterio de superposiciones, pasados turbios y conexiones entrecruzadas a la vieja usanza, un entramado que atrapa de lleno al espectador sin recurrir a efectismos baratos y a toda esa higiene formal propia de buena parte del cine perezoso de nuestros días. Como corresponde a las crónicas policiales de las últimas décadas, la película nos regala un artilugio bien truculento en lo que atañe a la metodología del homicida de turno (hoy hablamos de un simpático collar de ahorque de acero, tracción a un sistema mecánico que garantiza cortes rápidos), sin embargo el asunto no va mucho más allá debido a que la narración suele dejar de lado la pompa gore para concentrarse en cambio en el whodunit general y los vaivenes familiares/ afectivos de Hole (otra interpretación extraordinaria de Fassbender para un personaje que se constituye más con sus actitudes y acciones que con sus escasas palabras).

El realismo sucio que imprime el equipo creativo al film es hasta por momentos descarnado porque cuenta con la valentía suficiente para resolver sólo el enigma primigenio, dejando sin castigo a personajes secundarios horrendos y evitando el cierre de varias subtramas… justo como en la vida misma, en la cual los blancos y negros hiper marcados del ámbito cinematográfico casi nunca aplican. Incluso así, El Muñeco de Nieve es un convite enrevesado y muy satisfactorio ya que toca temas álgidos como el aborto, la promiscuidad, la paternidad maltrecha, los traumas infantiles y en general los diversos dilemas que circundan a los clanes de una sociedad supuestamente perfecta como la noruega, lo que por cierto vincula a la película en su conjunto a aquella denuncia de la derecha corrupta y desquiciada -enquistada en el poder económico- que encabezó en su momento Los Hombres que no Amaban a las Mujeres (Män som Hatar Kvinnor, 2009), una obra que hizo lo propio con la sociedad sueca y una superficie de aparente excelencia que esconde capas y capas de odio fascista. Desde una ambición retórica muy generosa, que paradójicamente nos conduce a un desenlace bastante mundano y plácido para el estándar habitual de los thrillers, el opus de Alfredson se luce de sobremanera en el retrato de los ciclos privados y públicos del engaño, la hipocresía, la humillación, el abuso, la violencia, las muertes y finalmente un dolor internalizado que con las décadas convierte a la víctima en victimario.