El molino y la cruz

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Rara vez me sorprendo en una sala, una vez que uno se vuelve veterano de la profesión, digamos que adquiere una mirada que categoriza rápidamente films y porqué no, inconcientemente los va “acomodando” a estructuras conocidas, transitadas, lógicas, por decirlo de alguna manera. Pero cada tanto (afortunadamente), llega un título que nos llama la atención, que rompe con la monotonía de lo que habitualmente consumimos, y nos conecta con el arte, en su forma pura.
Eso es, “The mill and the cross” , opus número 13 del director polaco Lech Majewski…
Para empezar, hay que decir que esta obra mixtura las artes plásticas, la reflexión antropológica y filosófica, como pocas veces hemos visto. Eso si, hay que pensarla como un hecho artístico y no como un simple relato convencional. Si sos un espectador inquieto y curioso, y querés sumergirte en una experiencia como pocas, esta es tu película.
Esta cinta cuenta la creación del cuadro “Cristo cargando la cruz”, del pintor flamenco Pieter Brueghel. Desde el punto de vista histórico, la escena que muestra el cuadro está ubicada no en los inicios de la era cristiana, sino en la zona de Flandes, hacia 1564. Esa ciudad belga, ocupada por los españoles en aquellos años, funciona como marco para que el pintor se exprese a través de su reconstrucción.
Más advertencias: no es una película biográfica sobre el autor de la obra. Aquí, veremos como el artista, Brueghel (Rutger Hauer) le cuenta a su amigo Jonghelinck (Michael York!) la manera en la que compone el cuadro en cuestión. Sobre un lienzo, va señalando los sectores que son centrales en su percepción y aquello que representan, para que una vez establecidos, estos cobren vida.
Y no es una frase hecha. De hecho, los personajes del cuadro cobran vida. Y el pintor, narra y reflexiona sobre la realidad política y social del momento en cuestión, mientras el universo que creó va generando movimiento y cada pequeño engranaje de su delicado mecanismo de relojería gana entidad y peso dramático.
Majewski trabajó la fotografía de su film, de una manera absolutamente original. Recreó el vestuario de la obra de manera sobresaliente (como no había manera de obtener los pigmentos originales, creó un taller artesanal que se ocupó de proveer las telas necesarias partiendo de la información del cuadro, exclusivamente), ensambló la animación de cada personaje con una compleja técnica digital. Tuvo que subdividir el cuadro en segmentos (no encontraban el paisaje necesario en la zona de Flandes, originalmente, para utilizar como fondo real por lo que tuvieron que partir nuevamente del lienzo) y dedicar mucho tiempo a agrupar capa tras capa en máquinas hasta lograr el efecto deseado, de manera que cada personaje fue registrado con lentes a distintas distancias.
En otras palabras, la técnica aplicada es sorprendente y los resultados, hay que verlos para creerlos.
Y no es sólo eso. El cineasta se permite mirar a su artista integralmente y descubrir, sus ideas, su mundo, su familia, su pasión. El film es un cuadro vivo, y viceversa.
Desde ya que el “tempo” cinematográfico no transcurre por los carriles habituales. Hay contemplación y potencia en cada derrotero, fortaleza en el mensaje y un logrado climax final.
Sin dudas, una de las mejores películas del año. “El molino y la cruz”, una auténtica pieza de fuste, ideal para paladares sensibles y amantes de la belleza pictórica.