El molino y la cruz

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

“El molino y la cruz”: admirable recreación de pintura de Brueghel

He aquí una obra admirable, para contemplar y reflexionar, que nos redescubre otra obra admirable. Cierto que la escasa narración, calma aún en las escenas más espantosas, puede aburrir al espectador ansioso que ha perdido el hábito de la contemplación. ¡Pero qué arte, y qué imágenes apabullantes hay en ambas creaciones! Una imagina cómo se hizo la otra, y la otra es nada menos que un cuadro de cinco metros de largo con más de cien personajes bien definidos, cada cual en lo suyo. Juegan, comercian, discuten, viajan, delante llora un grupo de mujeres, detrás se congregan los curiosos, y al medio, casi desapercibido, Cristo carga su cruz: «El camino del Calvario», de Brueghel el Viejo.

Así habrá sido, quizás. Los grandes hechos suelen ocurrir sin que la muchedumbre perciba realmente lo que está pasando. A lo sumo, curiosea un poco. Nuestra actitud frente a un cuadro como ése también es semejante. Miramos el total, nos detenemos intrigados por algunos personajes, pensamos qué les habrá ocurrido, todos están mudos, retrocedemos unos pasos, miramos de nuevo el conjunto y seguimos de largo.

Majewski hace algo relativamente similar. Nos acerca a los personajes, crea para unos pocos alguna breve situación, sin explicaciones, imagina algunos que «ya pasaron» por allí, como un condenado a la rueda o una mujer sepultada viva (referencias a otros cuadros de Brueghel), e imagina también el rostro del molinero. Es que en el cuadro, dominando la escena, hay un molino en lo alto de una empinada formación rocosa, rara fantasía considerando el particular realismo del conjunto. De un lado las nubes son claras. Del otro, hacia el fondo al que van los caminantes, se están oscureciendo. Y el Molinero, en esta interpretación, mira desde allá arriba lo que pasa en la tierra.

Un detalle del cuadro. Los soldados no son romanos, sino mercenarios de las fuerzas españolas que en ese momento asolaban la tierra del pintor. Cristo estaba siendo nuevamente crucificado, pero por los propios cristianos de su época. No es ése el único símbolo puesto en el inmenso cuadro.

Algo más. En la película se oyen ruidos propios de diversas actividades, murmullos, sollozos, canto de pájaros. Pero los personajes están mudos, como en el cuadro. Los únicos que hablan, y muy medidamente, los introdujo Majewski: El Viejo, que explica cómo piensa hacer su obra, su protector el banquero y coleccionista Nicholas Jonghelinck, y una mujer que modela para el pintor el rostro de la María Dolorosa, y es también, en su propia vida, lo que hoy llamamos una Madre del Dolor.

Nativo de Katowice como Juan Pablo II, Majewski es un calificado director de ópera, teatro y cine, compositor, poeta, y fotógrafo. Exiliado en EE.UU. tras la invasión soviética, hoy alterna entre dos países y varios museos. De hecho, la película culmina en la sala del Kunsthistorisches Museum de Viena donde, apenas jovencito, vio por primera vez este cuadro. Ahora, para representarlo, desarrolló un fascinante método de combinación de tomas tradicionales y digitales, pintó fondos a la manera del original, hizo parte del guión, la música, la fotografía y el diseño de sonido, y, junto con el experto Michael Frances Gibson, terminó escribiendo un libro sobre la película y el cuadro. De veras vale la pena.