El ministro

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

La lucidez realista del pesimismo

El ministro, título de estreno de esta película en la Argentina y en otros países, pone el foco sobre el protagonista, titular de la cartera de transportes del gobierno francés, en un contexto de crisis laboral y déficit presupuestario. El ministro Bertrand Saint-Jean está interpretado por el infalible belga Olivier Gourmet, actor de varias películas de los hermanos Dardenne, que son productores de este film dirigido por Pierre Schöller. Sin embargo, el ministro Saint-Jean no es el protagonista absoluto de El ministro , por eso el título de estreno en Francia y Bélgica, L'exercice de l'État , es decir, "El ejercicio del Estado", es más justo con el planteo narrativo del film. El ministro comienza con un sueño que combina poder, sexo y fauna (y que se basa en una fotografía de Helmut Newton), y enseguida estamos ya metidos en el desgaste del trabajo ministerial: un accidente de un micro lleno de adolescentes en la ruta pone en funcionamiento de emergencia la maquinaria del Estado. La actividad del ministro es frenética, es capaz de sostener dos conversaciones por celular al mismo tiempo en la que una depende de la otra, y sus tareas son una mezcla desgastante de consuelo a víctimas, declaraciones, pedidos de disculpas, peleas internas en el gabinete, reuniones con asistentes, firmas, planes diversos de financiación, etcétera. Pero el punto de vista del relato no es de manera excluyente el del ministro Saint-Jean: la película cuenta situaciones que lo afectan directamente en su trabajo y que lo excluyen. Y, además, el personaje de Gilles, mano derecha del ministro, es crucial. Es crucial por un lado porque está interpretado por Michel Blanc, y por otro porque es un personaje que actúa de contrapeso: mientras el ministro es flamígero, ambicioso, voluble y, según se nos dice, una nueva figura con carisma y futuro político, Gilles es el empleado dedicado, estable, diplomático: un político de tradición, un profesional gris -digno del cine de Michael Mann- que mientras cocina con placer escucha como si fuera su música preferida un discurso de André Malraux que nos transporta a épocas de política francesa más grande, menos impotente o, al menos, comunicada con mayor gloria.

El ministro puede empezar con un sueño fascinante, mostrar a Gilles cocinando, detenerse en las consecuencias crudas de un accidente en la nieve, usar las pantallas de los hiperactivos celulares sobreimpresas encima de los personajes, poner una canción cantada por Pete Yorn y Scarlett Johansson, narrar con empatía una escena de sexo cotidiana y, sobre todo, sorprender y estremecer con un accidente que irrumpe y que -además de una muestra cabal de pericia cinematográfica- es fundamental en el devenir del protagonista. El ministro relata con variantes, con cercanía, con energía y hasta con lo que algunos podrían llamar "onda": no hay necesidad de quietismo, lentitud o tedio para contar temas políticos complejos. Tampoco hay necesidad de establecer héroes y villanos con falsa nitidez: El ministro , con recursos seductores, se presenta como un thriller político fascinante hecho con la lucidez realista del pesimismo. No deja de resultar llamativo que, luego de varios atrasos, El ministro terminara estrenándose el mismo día que Néstor Kirchner, la película , un endeble panfleto que parece estar construido, punto por punto, como el opuesto de esta producción franco-belga. Y así El ministro , por simultaneidad en la cartelera, suma a sus méritos el de ser un film-antídoto.