El mensajero

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La valentía del outsider

En la actualidad la cultura política en Argentina está francamente por el piso por esa triste tendencia a reducir todo a los mismos eslóganes de cartón pintado de siempre, vivir endiosando un pragmatismo repugnante y no comprometerse en serio con absolutamente nada, más allá de la estrategia orientada a seguir utilizando al estado para solidificar los negocios de la cleptocracia financiera, inmobiliaria y de servicios públicos en el poder. Considerando este panorama general, cualquier film que recupere el pasado reciente y nos ayude a analizar cómo llegamos a este punto es más que bienvenido: El Mensajero (Messenger on a White Horse, 2017) es un documental muy completo y astuto de Jayson McNamara sobre la figura de Robert Cox, un periodista recordado por haber sido el único que denunció la desaparición de personas durante el Proceso de Reorganización Nacional.

Desde su rol de director del Buenos Aires Herald, un pequeño diario destinado en esencia a la comunidad anglosajona porteña, el británico se hizo eco de los pedidos desesperados de las madres de los detenidos por la dictadura cívico-militar y publicó notas relacionadas con el ninguneo sistemático de las autoridades, todo en un clima de obsecuencia generalizada por parte de la prensa del período para con el régimen y su plan genocida de asesinato de todo militante social con vistas a destruir la matriz productiva autóctona y reemplazarla por el capital financiero, las importaciones manufacturadas y la estatización de la deuda de los conglomerados capitalistas más rapaces e infectos. Con entrevistas a su esposa Maud, sus compañeros reporteros, representantes de Madres de Plaza de Mayo y sobrevivientes de los campos de exterminio, el opus enlaza la historia individual de Cox con el devenir argentino.

Sinceramente es de destacar la labor de McNamara tanto en el plano de la edición del material de archivo, muy pulido a nivel visual si lo comparamos con el de otros trabajos similares, como en lo referido al espectro conceptual y sus corolarios: de hecho, el director y guionista no le escapa a las sutiles contradicciones del personaje principal, pensemos para el caso en el apoyo inicial de Cox al gobierno castrense, su posterior toma de conciencia ante las masacres y la tiranía, el detalle de que siempre utilizó la palabra “terrorista” para referirse a los secuestrados y finalmente ese típico endiosamiento militar de las sociedades del Primer Mundo que lo llevó a tardar bastante en autoconvencerse de las barbaridades cometidas, en especial porque le costaba muchísimo concebir que los uniformados fuesen capaces de aberraciones como las amenazas, las torturas o el arrojar personas vivas al mar.

Ahora bien, el documental trabaja con sensatez las paradojas de turno y consigue que haya una pluralidad de voces en este retrato meticuloso de un comunicador social que asume los riesgos de su profesión y decide seguir adelante desde la valentía del outsider, denunciando los atropellos sistemáticos del gobierno y -de manera indirecta- poniendo de manifiesto el oportunismo cínico y nauseabundo de la mayoría del periodismo y el pueblo argentino, los cuales decidieron obviar lo que ocurría desde el primer momento (uno tracción a prebendas y el otro por una estupidez apática proverbial que lo impulsa una y otra vez a celebrar a los explotadores). Que hace muy poco haya cerrado definitivamente el Buenos Aires Herald, fruto de las mismas políticas de vaciamiento económico, social e ideológico de la dictadura, primero encabezadas por el kirchnerismo y luego por el macrismo, saca a relucir que el grueso de los argentinos continúa sin haber aprendido nada y votando a las reencarnaciones democráticas de aquella banda de homicidas, ladrones y especuladores seriales que asoló al país a lo largo y ancho de su extensión, ejemplo de la cara más horrenda del capitalismo…