El mecánico

Crítica de Fernando López - La Nación

Jason Statham hereda un papel que fue de Charles Bronson

El mecánico fue, en su origen, uno de esos thrillers de acción que Michael Winner ponía al servicio de Charles Bronson: en ese caso, era un asesino a sueldo que se tomaba muy en serio su profesión, un perfeccionista que cumplía cada una de sus misiones con obsesivo detallismo, aplicando a cada caso una técnica diferente como para que sus asesinatos no aparecieran como tales sino como muertes naturales. Asesino a precio fijo (que así se llamó entre nosotros el film de 1972) le confería cierto refinamiento jamesbondiano a este tipo solitario e implacable, de pocas palabras, menos amigos y ninguna emoción visible, salvo cierto aire de tristeza o de dolor, quizá porque se veía cerca del retiro o porque conservaba alguna conciencia de sus actos.

Más joven, el nuevo mecánico Jason Statham no parece padecer similares angustias, aunque también decide renunciar, como el otro, al protagonismo exclusivo, adopta un discípulo joven y le enseña todos los secretos del oficio sometiéndolo a un duro adiestramiento con vistas al trabajo en equipo. Es tarea muy bien remunerada por una turbia pero poderosa organización que en este caso señala blancos como un pedófilo disfrazado de pastor o un capo colombiano del narcotráfico. Casi todo el ingenio de los autores del film está puesto en las técnicas que el protagonista idea para concretar cada misión.

Si hace cuarenta años Winner no supo aprovechar del todo la parte más interesante del guión de Lewis John Carlino (la relación entre el sicario y su alumno, la sorda tensión que hay entre ellos desde el principio y con sobradas razones, y su consecuente e inesperado final), Simon West la descarta casi por completo (incluso ha cambiado el desenlace, que ahora parece algo torpe) y reduce al mínimo el hilo argumental para concentrarse en la acción, que conduce con buen ritmo, montaje nervioso y generosas dosis de violencia. Buena parte de éstas provienen del personaje de Ben Foster, el discípulo, que es en realidad asesino por vocación (véase la escena en que descarga su ira sobre un ladrón de autos) y carece de la frialdad necesaria para emular a su metódico instructor y resultar un socio a la altura de su profesionalismo.

Como thriller, El mecánico no trae demasiadas novedades. Es, básicamente, un ultraviolento producto de acción adaptado a la medida de Statham, y en ese sentido puede decirse que cumple más o menos eficazmente con lo que un aficionado al género esperaría de él.