El mecánico

Crítica de Diego Martínez Pisacco - CineFreaks

Es sólo un encargo pero me gusta...

Repasando la filmografía como director de Simon West nos encontramos con títulos de alto perfil comercial como Con Air (1997), La hija del general (1999) o Lara Croft: Tomb Raider (2001). También dirigió el thriller Cuando un extraño llama (2006), remake del film setentoso de Fred Walton, y estuvo involucrado en la producción y/o realización de dos series muy divertidas, ambas con el actor Mark Valley: Keen Eddie y Human target. Con estos antecedentes, al darse a conocer que West se encontraba trabajando en una nueva versión de The mechanic (Michael Winner, 1972) uno podía anticipar con un margen de error mínimo para dónde estaría encarada la película. Pues bien, tras visionar la obra en cuestión no podemos sino confirmar nuestro pálpito: El mecánico 2011 apuesta sobre seguro extrayendo el ADN argumental de aquel clásico con Charles Bronson, potenciando la acción con todas las posibilidades técnicas modernas y simplificando más de la cuenta el desarrollo de sus personajes principales.

El esqueleto pareciera ser similar pero ya desde la escena de presentación queda claro que en realidad son dos cosas muy distintas. El filme de Winner se tomaba su tiempo para caracterizar al asesino a sueldo que interpretaba Bronson con su acostumbrado laconismo y el conflicto sobre el que giraba la historia llegaba cuando tenía que llegar. Ni un minuto antes. El vínculo maestro / alumno que se daba entre Bronson y Jan-Michael Vincent fue escrito siguiendo esos parámetros. Y funcionaba, dentro del verosímil planteado, podríamos decir que casi sin fisuras. No obstante, recordemos que eran los setenta y el ritmo cinematográfico de entonces no puede equipararse a la velocidad actual. Los cambios efectuados por Richard Wenk sobre el guión original de Lewis John Carlino apuntaron a corregir ese aspecto y de paso ajustarlo para el lucimiento de su estrella, el inglés Jason Statham. Wenk hizo su tarea a conciencia y en consecuencia El mecánico fluye con un dinamismo con la que su predecesora sólo podría soñar. La contra era de esperarse: el relato pierde consistencia con cada exceso adrenalínico tendiente a superar la escena anterior. Con semejante despliegue de acción no se puede sacar los ojos de la pantalla, garantizado, pero a nadie le importa el destino de sus fríos protagonistas. Son los riesgos de trivializar una buena trama…

Jason Statham es el solitario, cerebral e infalible hitman Arthur Bishop. Quien le encarga las misiones es su mentor Harry McKenna (Donald Sutherland) quien tiene con él algo así como una relación de padre / hijo (sacando de la ecuación cualquier atisbo de emoción). Steve (Ben Foster), el verdadero hijo de McKenna, es el polo opuesto de Bishop: impulsivo, visceral y explosivo. Cuando por un suceso que no mencionaremos Bishop resuelve enseñarle el “oficio” a Steve todos los elementos dramáticos son puestos sobre la mesa. Si la situación parece forzada en parte se debe a ciertas modificaciones introducidas por el guionista Wenk que además se ha tomado la libertad (si fue él en efecto) de cambiar el archiconocido y sorpresivo final. Algunos fanáticos de Bronson no le perdonan a Wenk la irrespetuosidad. En lo personal, disiento con tales efervescencias porque se trata de un vehículo al servicio de Statham y por ende es lógico que busquen otras alternativas para no caer en un burdo calco al carbónico.

De los héroes de acción occidentales que se observan hoy en día Jason Statham es quizás el más completo, el que mejores producciones entrega y el que menos desentona actoralmente (reconoce sus limitaciones y escoge bien los proyectos). El mecánico no está a la altura de la saga de El transportador –lo más destacable que hizo el actor en este género- y tampoco logra mitigar el impacto del film con Bronson por los motivos aludidos; sin embargo, para los seguidores del inglés hay varias secuencias trepidantes muy bien filmadas por Simon West y su equipo que justifican la inversión de los pesos que cuesta la entrada. Es sólo un encargo, sí, pero ejecutado con tanto profesionalismo y desapego emocional como los que realiza el mismísimo Arthur Bishop…