El manto de hiel

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Daba para cuento no para un film

Surgido hace ya 24 años, Gustavo Corrado ha hecho apenas tres largometrajes: "El armario" (2000), "Garúa" (2005), y recién ahora "El manto de hiel". Los tres de asunto algo abstracto, hombres empeñados en algo difícil de compartir, bajo costo y gusto amargo.

Esta vez, un tipo joven, de traje negro, está detenido en medio del desierto. Un ave carroñera ya empieza a explorar el auto. El tipo toma una valija pequeña y llega hasta un caserío para pedir nafta. Hubiera sido más lógico quitarse el saco y llevar un bidón, pero eso no es lo más raro. Apenas llega, una mujer, sin decirle agua va, le cruza la cara de un sopapo que le deja sangrando el labio.

Los hombres del lugar no le pegan pero tampoco le dan la mano. Lo miran como burlonas aves de presa. No son campesinos ni serranos. Más bien suenan como porteños escapados. Misteriosos. Solemnes. Con un tornillo de menos. Raros hasta para cantarle el "Cumpleaños feliz" a la única nena del lugar. Y viven de algo raro. Con odios entre algunos de ellos, a causa de alguien que se fue y nunca más volvió.

El relato tiene ciertos puntos en común con "Una mujer en la arena" (Hiroshi Teshigahara, 1964). En otros, amaga con el cine de terror (a señalar, la escena de un grito en la noche). En ese ambiente, es lógico que el tipo tenga sueños poco saludables. La realidad tampoco es saludable, ni para los turistas ni el pianista ni siquiera para los lugareños. El final, en cambio, podríamos decir que es feliz. No diremos para quién es feliz, pero sí que esto daba para un cuento y no para una película de hora y media. Rodaje en La Planta (Caucete, San Juan), un pueblo minero abandonado cuyas taperas volvieron a ser casas en manos del director de arte Leandro Illescas. Fotografía, Gustavo Corrado e Ignacio Torres.