El mal del sueño

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Una saludable enajenación

La película alemana “El mal del sueño” reedita el tema de colonialismo con inteligencia y sensibilidad.

A pesar de que el colonialismo como tema político y académico parece anacrónico, incluso bajo un revival nacionalista intempestivo que sugiere confusamente su actualidad, hay un conjunto de películas recientes que insisten tanto en la persistencia de una práctica característica del hombre caucásico como en la insuficiencia de la razón blanca para interpretar culturas ajenas. Filmes notables como La locura de Almayer, Tabú, El río solía ser un hombre y, ahora, El mal del sueño, sin culpa ni vergüenza, dislocan el punto de vista del colonizador.

Ulrich Köhler sitúa su historia en Camerún. La primera mitad del filme se concentra en el Dr. Velten, un médico alemán que desconfía casi por igual de los militares que controlan las rutas como de sus sirvientes, pero que lidera con compromiso un programa médico destinado a contrarrestar “el mal del sueño”. “Misionero”, le dirá su hija cuando llega a visitar a sus padres. Más tarde, su mujer y su hija volverán a Europa y el relato revelará que unos tres años después el Dr. Velten espera un hijo de una mujer de la aldea.

Por un largo tiempo, el médico alemán queda en fuera de campo y el filme introduce un nuevo “héroe” vestido de blanco, de nacionalidad francesa pero descendiente de africanos: Alex trabaja para la Organización Mundial de la Salud y su primera misión es realizar una auditoria del trabajo del Dr. Velten. Tal vez la inexperiencia de Alex explique su idealismo. Antes de viajar a África, Alex asiste a una conferencia sobre ayuda a países subdesarrollados en la que el orador concluye: “Sólo el mercado puede resolver los problemas de África”. La disconformidad de Alex es ostensible.

Lo que sucede luego es paradójicamente lógico e inasible. Los médicos comprenderán los límites de su tarea y Köhler orquestará paulatinamente una puesta en escena donde los signos de lo real perderán su claridad y distinción. Desde una escena extraordinaria en la que Alex se transformará en un partero improvisado hasta el hipopótamo del epílogo, tal vez el nuevo cuerpo del espíritu de un hombre, El mal del sueño hace que nuestros mitos y certezas experimenten una saludable enajenación. No es poco para una película.