El lobo de Wall Street

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Siempre hay expectativas creadas cuando un director célebre estrena una nueva película. El primer consejo antes de entrar al mundo de El Lobo de Wall Street es dejen esas expectativas de lado. No porque no se trate de un buen film, porque no esté a la altura, sino porque este experiencia que nos ofrece Martin Scorcese no se parece a nada que hayamos visto antes de él.
Basada en los dos tomos de la biografía de Jordan Belfort – que ya fue llevada al cine libremente en Boiler Room - , un inversionista que durante buena parte de los ’90 creo un imperio de finanzas desde la nada, claro, estafando a todos sus clientes; El Lobo... propone un carrusel de excesos durante sus tres horas de duración.
Como en toda montaña rusa, el viaje comienza manso, aunque uno sabe, por la primer secuencia, que no todo será tan calmo. Jordan (Leonardo DiCaprio, en una soberbia actuación) ingresa a Wall Street por la puerta chica, como aprendiz, y justo el día en que es nombrado corredor de bolsa es el mismo día histórico del Black Monday en el que el mundillo financiero hizo crack. Pero los sueños de Belfort demuestran ser enormes, consigue trabajo como corredor de una firma cuya base operativa es un garage y se dedica a vender acciones pequeñas. Inexpertos, al instante el hombre se convierte en ídolo del lugar, y no tardará en fundar su propia empresa Stratton Oakmont con la ayuda e incentivo de un vecino y colega casi tan codicioso como él (Jonah Hill, en rol “serio” pero repitiéndose en sus personajes).
Stratton se llenará de gente ambiciosa cuya labor será encubrir una gran estafa, sobrevender acciones pequeñas a gente incauta haciéndoles creer que ganarían millones, comprar ellos mismos porcentajes ilegales de esas empresas y hacerlas crecer en la bolsa de manera impiadosa, y así crear una gran nube de “ficción financiera”. Todo esto facilitará que Jordan y los suyos entren en un mundo de perdiciones, de lujos y lujuria, en donde la palabra control se borra del diccionario. Por supuesto, el FBI pronto posará la mirada sobre ellos.
Lo primero que uno nota sobre El Lobo de Wall Street es la obviedad de estar basada en la autobiografía del personaje real. No es función de un film hacer una crítica valorativa, pero se nota una cierta mirada condescendiente y hasta cuasi heroica sobre él mismo. Belfort pareciera un ser incapaz de hacer una autocrítica, y el film lo demuestra.
Scorcese ha sido un director que siempre se atrevió a cambios de registros, incursionó en dramas de época (La edad de la Inocencia), remakes (Cabo de miedo), aventuras (en el fondo, La Invención de Hugo es una gran aventura), y biopics (El Aviador, quizás el film con el que El Lobo... lejanamente se emparenta). Esta vez se inclina definitivamente a la comedia desenfrenada, en varios, abundantes, tramos de la película pareciera emular alguna comedia típica de la llamada NCA, un film de los Hermanos Farelly, o algún producto moderno de Jerry Zucker. Esta inclinación a mostrar la vida de juerga de los personajes influye sobre una falta de atención a lo que es el caso en sí. Ni siquiera el costado policial toma demasiado vuelo.
La Mano del director se nota en la excelente ambientación que incluye una banda sonora para el recuerdo, en el manejo actoral logrando interpretaciones destacadas (debemos nombrar una participación excepcional de Rob Reiner), y en la cuidada fotografía y desempeño de cámara que suma para la idea de un desenfreno sin fin.
DiCaprio como productor y Scorcese y los suyos detrás de cámara se conforman con una anécdota simpática, con momentos realmente graciosos, atrevida en varios sentidos; pero a la que le falta profundidad, generar real interés por lo que sucede más allá de la joda; eso, en un film de 179 minutos de duración termina convirtiéndolo en una experiencia agotadora.