El libro de la vida

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

Un más allá carnavalesco

La relación entre la cultura mexicana y la muerte no es un misterio para el cine de animación. Además de haber sido referenciado una innumerable cantidad de veces tanto en películas como series y cortos, se puede citar también la entrañable aventura gráfica de LucasArts, Grim fandango (1998), que exhibía un imaginario animado y una estética que en algunos puntos se encuentra con este nuevo estreno. El potencial visual que encierra una cultura con una iconografía tan rica y diversa como la mexicana, junto a los relatos y leyendas en los cuales abreva El libro de la vida del mexicano Jorge R. Gutiérrez -con la producción de Guillermo del Toro, que fue quien ayudó a reflotar el proyecto luego del rechazo inicial de Dreamworks-, la hacen uno de los estrenos de animación más impactantes e imaginativos desde los visual, una auténtica obra de arte con una banda sonora increíble.

Pero más allá de su aspecto y cualidades técnicas, lo que intrigaba desde un comienzo era el relato que enmarcaba todo ese pastiche imaginativo al que Gutiérrez supo darle forma. No sería la primera vez que obnubilados por los fuegos artificiales de la imagen, nos encontremos con un relato chato e incongruente donde todo el desborde de creatividad aparece sublimado. Lejos de ello, este primer emprendimiento cinematográfico de larga duración del director mexicano presenta una historia con personajes sólidos y una trama que aprovecha las aristas de su carácter. Gracias a una introducción que indaga en la niñez y en las sombras patriarcales que rigen el destino de nuestros protagonistas masculinos -Manolo y Joaquín- y su relación con María, tenemos un desarrollo que en su triángulo puede sonar a priori como esquemático pero que gana en los grises que asolan a cada uno, en particular cuando la película da el salto temporal que los lleva a la adultez.

Entre la música y los colores chillones asoma un melodrama que en su lado trágico puede explotar, no sólo lo esquemático que pueden aparecer sus vínculos, sino también parodiar desde lo meta referencial aquello que está sucediendo: primero con el relato que la guía le cuenta a los niños sobre lo que ocurrió y segundo con la apuesta entre dioses, La Catrina, figura icónica del Día de los Muertos, y Xibalbá (que no se trata de una entidad sino más bien de un mundo subterráneo que resultará familiar a quienes hayan leído el Popol Vuh maya). La película gana frescura en la ligereza con que logra utilizar ese imaginario sin caer en notas solemnes. Por otro lado, también es cierto que donde la imaginación de la dirección artística desborda, el mundo de los muertos, el guión se reserva parábolas algo forzadas que no permiten aprovechar del todo el espacio donde ocurren y obligan al relato a transitar velozmente hacia el desenlace.

Pero… ¿Creep de Radiohead y clásicos mariachis, en la misma película?, ¿un relato desdramatizado sobre la muerte que, al contrario, se muestra celebratorio? El libro de la vida logra con algunas sorpresas y pinceladas de talento ser uno de los mejores estrenos animados del año y una de las sorpresas más gratas de la segunda mitad.