El libro de la selva

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Un gran regreso al cine de aventuras

Como director, Jon Favreau nunca hizo una película floja -Made, Elf, Zathura, Iron Man 1 y 2, Cowboys & Aliens, Chef- y era muy poco probable que su carrera tuviera su primer bajón justo con El libro de la selva. El rotundo Favreau contaba con las bases de Kipling y la versión animada de Disney de 1967, más las posibilidades digitales para darles vida a estos animales de forma impresionante. Y este último no es un término en automático: estos animales impresionan en el verismo de su pelaje, en sus movimientos, en su mirada. Sobre su capacidad de habla se sostienen las coordenadas lógicas de la trama y la dimensión de comedia que aparece sobre todo luego de la esperada irrupción del oso Baloo (interpretado en la versión en idioma original, con gracia plena, por Bill Murray).

Pero, sobre todas las cosas, El libro de la selva versión 2016 es una película que aprovecha las máximas posibilidades de la tecnología actual para hacer un tipo de cine que casi no se hace hoy en día, al menos no en el mainstream. El libro de la selva es una película de aventuras. No una película con aventuras como uno más entre muchos componentes, entre múltiples factores de venta, en medio de un (otro) producto multigénero y multitarget como suelen ser tantos tanques. Este es un film de aventuras cabal que busca fascinar con las armas clásicas del género: la confianza en el poder de maravillar de la naturaleza, las maneras cercanas de filmar los peligros de la supervivencia, el registro claro del movimiento en espacios abiertos. Y, claro, esto es El libro de la selva, el aprendizaje de Mowgli de sus diferentes maestros. Si los animales por momentos se evidencian como representantes de diferentes adultos -el severo, el hedonista, el responsable, el ambicioso-, esos peligros tipológicos se ven rápidamente disipados por la vitalidad de cada personaje, por su lógica interna, por su solidaridad hacia el sentido general de la narración, episódica y a la vez tensionada con consistencia, con la visión general del crecimiento de este niño de la selva, con su educación en el reino animal.

Si en algún segmento musical la película parece forzar la entrada de una canción (la ya clásica "I Wanna Be Like You"), eso es apenas un ripio en un viaje que confía en el poder de la aventura, en el poder del cine como entrada a otro mundo, uno de maravillas, de animales, de naturaleza filmada con fascinación.

El cine siempre se aprovechó de los avances fotográficos, de los efectos posibles de generar en la imagen. Favreau vino a recordarnos que todo eso puede ser un mero lujo vacío si no hay forma, si no hay relato, si no hay peripecias dignas de ser vistas con asombro, si no hay un regreso a la aventura.