El libro de la selva

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Es de Disney la franquicia, no da para tocarla demasiado y sin embargo, Jon Favreau, el simpático-con-cara-de-buen-tipo de Hollywood, que parece hacer plata con cualquier cosa que realice, se despachó con un producto notable. El libreto es el conocido por todos: Un huérfano criado por lobos y apadrinado por la pantera Bagheera (Ben Kingsley doblado por Enrique Rocha) debe huir con la ayuda del oso Baloo (Bill Murray doblado por Héctor Bonilla) a la aldea humana para evitar que el tigre Shere Khan (Idris Elba doblado por Víctor Trujillo) lo asesine luego de haber jurado venganza.
“El libro de la selva” se puede analizar desde varios aspectos. Tomaremos tres en particular en orden de importancia.
Cambios respecto del clásico:
Hay varios, lo cual no va en desmedro de la calidad. No hablemos de la cantidad de licencias que históricamente Disney se ha tomado a la hora de adaptar cuentos clásicos. Los cuentos de Rudyard Kipling no fueron la excepción. “El libro de la selva” de este año se basa claramente en la original de 1967, pero aquella arrancaba desde la infancia de Mowgli (Neel Sethi doblado por Ángel Rodríguez). Aquí partimos desde el niño ya criado por lobos que se siente absolutamente parte de su manada. Otras diferencias residen en el grado de importancia que tienen los elefantes en el relato (se les rinde pleitesía hoy, sobre la base de haber sido ellos quienes con sus huesos han formado la jungla a lo largo de los milenios), y también el de Kaa (Scarlett Johannson doblada por Susana Zabaleta) que sigue con su poder hipnótico, pero luego desaparece de la historia casi como un cabo suelto.
Tal vez las diferencias más importantes tengan que ver con el final (¿pensando en secuelas?). Por un lado, que el enfrentamiento culmine esta vez tiene lugar en el área de hábitat del chico, quien en realidad frena su camino hacia la aldea de los hombres para volver a su lugar y defenderlo. Por el otro, aparecía una niña al final de la anterior, dando por sentada una clara razón para que Mowgli decida quedarse. Esta idea queda desterrada para darle paso al núcleo central sobre el que Jon Favreau decide hacer hincapié: El sentido de la pertenencia a un lugar, y la unión que construye la fuerza para enfrentar al invasor. Es más, hay un credo que la jauría de lobos recita pero nada que Alejandro Dumas o Hugo del Carril no hayan escrito antes.
El contenido:
Justin Marks escribió un guión que pese a estar pensado “para toda la familia” tiene un buen lugar para indagar en la fragilidad y la desprotección del personaje central, y en la oscuridad del villano de turno. Estos dos contrapuntos son los que logran mantener vivo el interés de una película que se percibe algo excedida en longitud, pero esto está atenuado por el poderío visual. Mowgli es un niño adaptado y adoptado por el entorno del cual se siente parte, y por ello la instalación del verosímil funciona de manera tal que los dos vectores, que funcionan como amenaza latente, son la posibilidad de perder su hogar y su “gente” desde su perspectiva, y desde la de los animales de la selva la convicción de que el hombre (dominador del fuego) es responsable de la destrucción del medio ambiente. Las dos sensaciones prevalecen en forma correlativa y se constituyen como los grandes mensajes la película.
Los efectos especiales:
Aquí se trazará un antes y un después en la animación digital. Salvo el niño, casi no hay elementos en esta producción, ni siquiera exteriores. Casi todo se filmó en un estudio con escenarios diminutos a la altura del joven actor para que éste no se lastime. Las bases de algunos árboles, un poquito de agua de río, y un par de lianas de las cuales Neel Sethi se cuelga, es lo único de utilería. El resto, incluidos los animales en su totalidad, son digitales (aunque en varios casos se utilizó la técnica de captura de movimiento). O sea, todo es una gran ilusión puesta en marcha al servicio de la historia con lo cual es imposible no mencionar la dirección de arte. Si Hollywood tiene buena memoria, deberíamos tener ya a una gran candidata a varios rubros en el Oscar del próximo año.
“El libro de la selva” encontrará seguramente la aprobación general en formato de entradas vendidas, pero este es uno de los ejemplos en los cuales las grandes producciones tienen con qué devolver al espectador el precio de la entrada.