El laberinto

Crítica de Uriel De Simoni - A Sala Llena

Becca es una treiteañera casada con Howie Corbett, y ambos, cuentan con una dura historia que remonta a ocho meses en el pasado. La casa sola y el silencio de la pareja denotan una pérdida: Danny, su pequeño hijo de cuatro años, quien fue muerto tras seguir a su perro a la calle y ser embestido por la imprudencia de un joven chofer. Puntapié establecido, la historia se desarrolla en torno a la superación del problema con todo lo que ello conlleva, desde soportar las amistades, con sus familias formadas, hasta el repentino embarazo de la hermana de Becca, una niña en el cuerpo de una mujer adulta, inmadura e impreparada para la vida familiar con hijos a cuestas. La envidia, el dolor del pasado, el trauma a superar y la consecuente riña interna en la casa de los Corbett hace avanzar el relato donde paso a paso, marido y mujer, cada uno con sus tiempos, ritmos, creencias y costumbres independientes, intentan sobrellevar esa vida que parece condenada: por un lado, buscando apoyo en la familia devenida en perfecta respecto de la causa enorme sobre los hombros de la Becca, por el otro, otra mujer y drogas ligeras ocupan el pensamiento de Howie.

Confundirse este filme está asegurado ya que cuenta con tres nombres que se dieron a conocer: Rabbit Hole, como título original y dos títulos hispanos que, no solo distan entre sí, sino que nada tienen de relación con el primigenio y homónimo de la novela en la que se basan: El Laberinto y Más allá del Corazón.

El Laberinto (a partir de ahora), se vuelve conocida tras el paso, sin pena ni gloria, por los Academy Awards o entrega de los premios Oscar por nuestros pagos, bajo la nominación de Kidman como mejor actriz y nada más, es decir, el conjunto fílmico quedo relegado por la figura de la actriz opacando una historia que, si bien resulta bellamente contada, abusa del melodrama y sentimentalismo.

Técnicamente hablando, El Laberinto es una joya fotográficamente, desde las luces hasta la consecución de planos y posiciones de cámara, con un gusto por el detalle y la textura más que destacable. Pero la recaída viene de la mano de la interpretación, o mejor dicho de la reconstrucción, tanto de Kidman, a quien no se le mueve un músculo a la hora de brindar dramatismo, como de la cuestión sonora que duda desde su ejecución como la actriz resultando aclimática por definición y alimentando un falso sentimiento que no termina de concretarse como veraz. Por otro lado, la figura que encarna Aaron Eckhart es impecable por donde se lo mire, recordando la excelente interpretación, como personaje, de Nick Naylor en Gracias por Fumar (Thank for Smoking, EE.UU. 2006).

Insistiré entonces en el sentimiento. El uso del recurso fácil, ya sea desde el conflicto familiar o el de buscar en todo momento una excusa para llegar a la lucha o tensión de fuerzas que se justifican en dramas que ahondan en lo mismo, volviendo la tensión y el conflicto primigenio en un círculo vicioso en donde la tangente desaparece, sumiendo la narración en una repetición perpetua. Pero, y no debemos restar puntos a este aspecto, el delineamiento psicológico del resto del elenco, como hacedores y cómplices de la espiral traumática, es de una riqueza extraordinaria, lo que deja estática la labor actoral de Kidman que se aferra a los sólidos pilares de las construcciones de madre, hermana y esposo. Howie, por otro lado, resulta de una personalidad sensible que por mucho supera lo que se prevé en un comienzo, al punto de respetar una ascendencia muy marcada al juego del dolor.

John Cameron Mitchell, director de la pieza fílmica, se encarga en esta ocasión de retratar la depresión y el proceso infinito de superación de una pérdida, siendo este detalle aumentado y agigantado por la especificidad del deceso: un niño de 4 años, hijo de la pareja. Lo narrativo e intencional, por más que se logre una parcialidad de la idea, recuerda a la expresividad emocional que dejaba cada palabra emitida, cada acción que acontecía en el universo increíble y atemporal Jonathan Caouette en Tarnation (Tarnation EE.UU. 2004), en donde Cameron Mitchell realizó la labor de productor ejecutivo. Mayormente destacado y reconocido en el ámbito profesional como campo, el joven director realizó otros dos trabajos más allá de la actual entrega, con un éxito que escapa a la miniatura que puede llegar a resultar El Laberinto en comparación, y que no dejan lugar a dudas del talento visual y narrativo: Hedwig and the Angry Inch (EE.UU., 2001), siendo la versión fílmica que lo catapultó al culto de la obra musical escrita también por él trece años antes; y Shortbus (EE.UU. 2006), presentada en Cannes el mismo año.

En El Laberinto, alejando su historia y solo remitiéndonos a su nombre en la original, vemos que esos “agujeros de conejo”, que según otros teóricos, bajo el nombre de “agujeros de gusano”, nos permiten intuir la existencia de paralelismos a la vida del hoy, del ayer y del mañana, indicando también que no hay problema sin solución y, en el caso de la imposibilidad de encontrarla, debemos aprender a convivir con aquello y saber que hay algo en algún lugar que se encuentra en armonía. Es entonces cuando nos desprendemos para descreer de este mensaje y remitirnos a Alicia, en donde nada resulta mejor o favorable si no afrontamos la cuestión y entendemos que el agujero del conejo, donde se precipita la pequeña, es un gran profundo pozo depresivo.