El laberinto

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Belleza americana

Una pareja sufre la pérdida de un hijo en este filme inusual.

Ya en los primeros minutos, uno advierte que algo no está bien. Becca y Howie “actúan” en el hogar como si desearan que lo que están “actuando” fuese, digamos, normal. Pero no lo es. No faltará mucho metraje para que nos enteremos de lo que la pareja está sufriendo. Hay desavenencias, sí, pero vienen por una pérdida: hace seis meses su hijito de 4 años salió corriendo a la calle y murió atropellado por un automóvil. Difícil convivir con ello. Y difícil le resulta a la pareja no autodestruirse.

De ahí que Becca y Howie (o Nicole Kidman y Aaron Eckhart, en dos de sus mejores interpretaciones en las carreras de ambos) traten, intenten escapar de ese falsa naturalidad e ir a lo que el común de la gente llamaría “normal”. Necesitan enterrar el dolor para poder seguir adelante.

La cuestión pasa por preguntarse cuánto más están dispuestos a sufrir.

El laberinto toma tópicos del mejor melodrama y les asesta un golpe de efecto. La película ofrece momentos extraños, en los que el humor parece campear por sobre el drama, creando una curiosa parábola sobre el dolor. El director John Cameron Mitchell, el de Hedwig and the Angry Inch y Shortbus , suele dar giros inesperados en sus relatos, y aquí Kidman, que también oficia como productora, le ha dado rienda libre.

Pero donde mejor hace pie la historia, basada en la pieza teatral Rabbit Hole , ganadora del Pulitzer, es en los contrapuntos entre los protagonistas, o cada uno de ellos con otros secundarios. Si Becca no ve con buenos ojos las terapias de grupo de autoayuda, y así se lo hace saber a Howie, éste encontrará allí, medio perdido, el afecto y algo más en otra alma perdida (Sandra Oh, de Entre copas ).

Y como hay un antecedente en la familia, ya que la madre de Becca (Dianne Wiest) ha perdido también a un hijo mayor, en otras circunstancias, esa relación de Becca como hija pero también como madre dispara, arroja señales de conflictos y colisiones más o menos ocultos que la tragedia lleva a la superficie.

Es en ese círculo de la tristeza donde se debate la trama, con sus ramificaciones.

Porque ¿cuál es la verdadera razón por la que Becca desea entablar comunicación con el adolescente que atropelló a su hijito? ¿La mueve la venganza, el remordimiento, la culpa, o qué? ¿Por qué le interesa charlar con él de ciencia ficción? El director ya se las había visto con historias en las que el deseo -latente o explícito- demostraba estar encarnado en los personajes, aunque no pareciera conveniente. Aquí la mano viene algo distinta, ya que se sugiere que reprimir (algún) sentimiento no estaría del todo mal visto.

En síntesis, un drama como pocas veces se ve en la pantalla, con algunos clisés que pudieron evitarse, pero que en la mayoría de las situaciones que proyecta está lejos de lo políticamente correcto.