El laberinto

Crítica de Marcelo Cafferata - Revoleando Butacas

Daños colaterales

El director de "El laberinto - Rabbit Hole" es John Cameron Mitchell. Para los que no lo conocen, tiene en su haber dos películas aboslutamente novedosas y creativas como fueron "Hedwig and the Angry Inch" (aquí pasada en el Malba y también se ha conocido su puesta teatral) y "Shortbus", llenas de referencias a la cultura homosexual y las minorías sexuales americanas, con algunas dosis de sexo explícito y siempre bordeando la delgada línea de jugar arriesgadamente, que es lo que a Cameron Mitchell, estéticamente hablando, más lo motiva.

Quizás por esto sorprenda, aunque sólo a primera vista, que la adaptación al cine de esta multipremiada novela de David Lindsay-Abaire estuviese entre sus manos porque dista en temática y en registro, a su anterior filmografía. Pero es también evidente que Cameron Mitchell ama los riesgos, y una vez afianzado como un director diferente, se juega con una puesta inteligente de un drama de estructura tradicional.

La sutileza y la fuerza arrasadora con la que Cameron Mitchell ha filmado la historia de este matrimonio tratando de sobreponerse a la muerte de su hijo de cuatro años, fallecido en un accidente automovilístico, justifica ampliamente esta elección.

La novela ganadora del Pulitzer nos muestra como ha cambiado radicamente la vida del matrimonio de Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) desde el momento de la pérdida irreparable de su único hijo y cómo, cada uno por su lado, está tratando de volver a recomponerse.

Becca y Howie se enfrentarán al dolor de las formas más diversas y hasta opuestas en algunos momentos: pasarán por la impotencia, la negación, la búsqueda de ayuda, la introspección, el silencio. Y cada uno de ellos necesitará de tiempos y de búsquedas diferentes, unidos en el dolor, pero separados en la manera de enfrentarlo.

Un tema sumamente delicado para su tratamiento y muy dificil de desarrollar evitando caer en el golpe bajo ni en los lugares comunes, pero que con la mano firme de Cameron Mitchell en la dirección, además, logra sacar el mejor provecho para cada uno de sus intérpretes.

Kidman, nominada al Oscar por este papel, entrega al personaje lo mejor de sí para dar vida a un mujer fría y distante a la hora de tratar de sobrellevar esta enorme pérdida y recomponer la pareja.
Es, a la vez, quien necesita buscar explicaciones y reconstruir internamente ese momento del accidente, por lo cual obsesivamente intenta contactarse con el responsable que lo produjo (Miles Teller), logrando en ese encuentro, una de las escenas más dificiles y mejor logradas del film.
Su actuación es sinceramente avasalladora, con algunas escenas donde es imposible permanecer ajeno a la conmoción que la atraviesa.

Aaron Eckhart, por su parte, es quien necesita buscar ayuda en el afuera, en un grupo de autoayuda, ya que no encuentra cómo acomodar internamente este dolor y sufre además la indiferencia y la distancia de su esposa.

Los roles secundarios a cargo de Sandra Oh (como una de las asistentes al grupo de autoayuda que está atravesando un problema similar y donde el guión aprovecha a mostrar otra manera de abordar la périda y cómo se modifica el dolor a través del tiempo) y Dianne Weist (sublime en sus intervenciones como la madre de Nicole Kidman, de una potencia única cada vez que aparece en pantalla) completan un elenco de singular calidad para un drama filmado de una forma exquisita, respetando el aire que van respirando los protagonistas.

Inevitablemente el tema es tan potente que es imposible ver el dolor que quiebra a los personajes sin sentirse -en algún momento- profundamente involucrado.

Se agradece a un director como Cameron Mitchell, que lo haya intentado radiografiar con tanta sensibilidad, con algunas marcas y detalles que van dando registro de la ausencia, incomparable ausencia, como es la périda de un hijo. Cosa que obviamente, no nos entra en la cabeza a quienes tenemos hijos. Un dolor inconmensurable que da lugar a un drama de grandes personajes y sutilmente filmado.