El laberinto

Crítica de Alexander Brielga - Cine & Medios

El dolor inabarcable

Becca (Nicole Kidman) y Howie (Aaron Eckhart) forman una pareja adulta, sin apremios económicos que viven en una bonita casa en los suburbios de Nueva York. Todo sería casi perfecto si no fuera por el hecho de que ocho meses atrás su único hijo, de cuatro años, murió en un accidente.
Howie intenta buscar respuestas, o al menos algo de apoyo, en un grupo de ayuda formado por otras parejas cruzadas por la misma tragedia, al que becca no desea asistir. El dolor la hizo más dura, moldeó un humor ácido y áspero en ella mientras él sólo llora mientras ve un video del niño en su móvil.
Todo el filme lleva un ritmo calmo, no exento de golpes bajos, pero a la altura de las notables actuaciones que brinda la pareja protagónica. El director supo capturar los momentos en los que el dolor primero se sugería y luego estallaba. Kidman tiene su momento, en un auto, al romper en llanto, un llanto contenido, catártico, tal vez sanador. Sólo ella y la cámara observándola, en una fotografía natural, sin estridencias.
Acompaña la siempre solvente Dianne Wiest, como la madre de Becca, una mujer que también sufre la peor de las pérdidas, la de un hijo, pero por otras circunstancias distintas a las sufridas por su nieto.
Sin embargo, tanta prolijidad en escena, en la vida de la pareja que no es afectada por ningún otro conflicto, acaba por poner cierta distancia, impide la empatía y por momentos algunas escenas parecen más propias del mundo publicitario que cinematográfico.