El kiosco

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La ópera prima de Pablo Gonzalo Pérez, "El kiosco", es un cálido fresco sobre los valores, las crisis, y sobre todo, el ser argentino. En pleno crecimiento de una etapa en la que se privilegia el fomento a una producción de cine más industrial en detrimento de las “historias chicas”, una película como esta adquiere un significado extra de resistencia.
El cine industrial, suele ser pensado para su inmediata venta al extranjero, con códigos universales, y un tratamiento que lo aleje de aquello que alguien dijo que estaba mal, los localismos. Historias que pueden ocurrir acá, allá, en cualquier lado; con un tono neutro, podríamos decir híbrido. El kiosco también es una película que podría transcurrir en cualquier parte del mundo; pero sin dudas, sino fuese argentina, sería una película bastante diferente.
Pablo Gonzalo Pérez debuta como realizador con una película cuya búsqueda es encontrarnos a nosotros mismos, sentirnos reflejados, y descubrir la emoción en los pequeños detalles.
No será difícil que nos identifiquemos o encariñemos con Mariano, el protagonista de "El kiosco". Podemos encontrar cosas nuestras en él, o al menos quisiéramos ser un poco como él… y eso que no es un personaje que la pase bien. Casado con Ana (Sandra Criolani), con una hija, Belén (Olivia Gucken); Mariano (Pablo Echarri) no es feliz en su trabajo como oficinista.
Mientras que su mujer realiza lo que le gusta como artista plástica y comienza a vender sus primeras obras; él no le encuentra sentido a lo que hace, y sigue pensando en aquel barrio de la infancia. Los anhelos de cambio lo llevarán a visitar el kiosco de Don Irriaga (Mario Alarcón) en el barrio de Nuñez, aquel en el que pasó buena parte de su niñez, y en el que empezó a dar sus primeros pasos en solitario.
El kiosco es el bazar de los sueños perdidos, el lugar en el que se encontraba todo lo que le gustaba a Mariano; y a la caza de eso que se perdió debe ir nuevamente.
Decide aceptar una oferta de retiro voluntario en la descorazonada empresa para la que trabaja, y con ese dinero, más préstamos de los cercanos, y alguna venta de bienes como el automóvil familiar, le compra el kiosco a Don Irriaga que justamente tenía pensado retirarse de la actividad. Mariano se siente renovado, y acogido por la gente del barrio como Charly (Roly Serrano), el pizzero.
Pero pronto comienzan los inconvenientes. La municipalidad va a realizar la obra de un puente que convertirá a la cuadra en la que se encuentra el kiosco en una calle muerta, sin tránsito recurrente; y hasta correrá la parada de colectivo que era el gancho ideal para la llegada de clientes.
Como una bola de nieve a Mariano y su kiosco se le acumulan problemas de todo tipo, deudas, hipotecas vencidas, las traiciones menos pensadas, y la compra de un producto con un destino desafortunado, entre otras cosas ¿Cómo salir de este ciclo de sueños rotos? Es imposible no recordar "Luna de Avellaneda" al ver "El kiosco".
Aquel club de barrio, es ahora el local con todo lo que los chicos querían; y el inminente cierre de ambos, sigue siendo el símbolo del desamparo y una etapa que se cierra y sobre la que nos impiden volver. La película de Juan José Campanella, se estrenó en 2004, cuando estábamos comenzando a salir de una crisis social profunda, y necesitábamos de un mensaje de esperanza (que no estoy seguro de que este lo haya dado) que nos invitara a no bajar los brazos; convirtiéndose en un emblema popular que aún hoy es referente.
"El kiosco" llega también en una época difícil, en la que nuevamente necesitamos un empujón; eso de tropezar una y otra vez con las mismas piedras; en un año que puede ser reforma de situación; que clama una unión para salir adelante.
Todo eso lo encontraremos en el film de Pérez; y aquí es donde marca la diferencia con aquella y la eleva muy por encima. Siempre positiva, "El kiosco" es una propuesta que enaltece los valores y los principios. Más cercana a la entrañable "Cuestión de principios" en este aspecto. Hay cosas que no se negocian y lo fundamental es siempre poder mirar a los ojos al otro.
Despojada de la mirada ácida, impostada, incrédula, del film protagonizado por Ricardo Darín; "El kiosco" plantea algo que puede resultar una fábula idealista; y es que quizás, necesitamos volver a creer en los ideales. A la luz de la distancia, "Luna de Avellaneda", si bien es un ícono, su mensaje no resistió el paso del tiempo, con un personaje que se resistía a una oferta laboral para toda la comunidad, por un sueño que ya estaba perdido, y cuyo final termina por darle el último mazazo.
"El Kiosco" se aleja lo suficiente de esta consigna, y es lo que nos hace pensar que su llama puede ser perenne, pese a tener una actualidad candente.
Plagada de personajes entrañables, que son menos un cliché de lo esperado. En cada uno hay viveza y también corazón, porque son humanos, y son argentinos. El guion se estructura de un modo sencillo, con tres actos bien diferenciados; llega al corazón del espectador, y transmite todas las sensaciones necesarias. Permanentemente se la ve con una sonrisa, y arranca varias carcajadas.
Aguarden, también habrá momentos para las lágrimas emotivas, sin golpes bajos, a pura ternura y felicidad. Cuando tenga que mostrar las vicisitudes negativas de su protagonista, nuestro protagonista, lo hará con un tono tan jovial y ameno, que lejos de punzarnos a llorar, hace que le tomemos más cariño a Mariano y queramos de todo su corazón que su suerte, nuestra suerte, comience a cambiar.
Pablo Echarri es uno de los actores más carismáticos del país, es el protagonista ideal para esta película. Se la carga al hombro, y nos mete a todos en el bolsillo.
Apartado de su rol de galán sudoroso, aquí luce pancita, y ropa holgada, es uno de nosotros, vos, yo, el vecino, cualquiera, quisiéramos ser como él. En el elenco, las presencias de Roly Serrano, Georgina Barbarrosa, Mario Alarcón, Ruben Pérez Borau, y Martín Rocco (a cuya memoria está dedicada la película); suman mucho. Cada uno despliega su cuota de simpatía, y se les otorga su/s momentos de lucimiento.
Al igual que sucede con Mariano, son personajes que podemos reconocer en la cercanía. El guiño de una participación especialísima, será uno de los puntos más altos de la propuesta. Párrafo aparte para Sandra Criolani que logra muchísima química con Echarri y le escapa a ser simplemente “la esposa de” o un mero interés romántico.
Juntos componen una pareja real, con los problemas cotidianos de muchos. Criolani aporta naturalidad y luz a una Ana que lo necesitaba. Sin grandes artilugios, pero sin caer en lo televisivo; con muchos gags certeros; sin temerle a lo declamatorio y al costumbrismo bien entendido; El kiosco es una película que expone sus principios sin medias tintas.
Recuerda también a las mejores épocas de un cine bien nuestro, de barrio, trayéndolo a la actualidad, y sin que se sienta anticuado o remanido.
Luego de varios cortometrajes, entre los que se destaca el también excelente "Lo llevo en la sangre" (integrante de Historias Breves 4), Pablo Gonzalo Pérez logra con "El kiosco" una película que penetra en nuestro ser, que nos habla de igual a igual, y nos entrega el aire de esperanza y buenas intenciones que necesitamos. En momentos de golpes diarios, ver algo que nos diga que no todo está perdido, que no todo tiene precio, es algo así como una caricia al alma que nos llama a seguir luchándola.