El juego de la fortuna

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

En la historia del cine Hollywood debe ser la industria que más veces ha puesto el ojo en los deportes populares y las historias tejidas alrededor de ellos. Un ejercicio de identidad notable no sólo porque ayuda a arraigar algunos valores importantes como el espíritu de equipo, la fe en uno mismo, la humildad, etc, sino también porque en el baseball, futbol americano, hockey sobre hielo, basketball e incluso en el boxeo se pueden encontrar fácilmente historias para dibujar a la perfección el Sueño Americano en la “tierra de los libres y el hogar de los valientes”, como dice el himno yanqui. Cada deporte tiene sus representantes fílmicos y, como todo, hay cosas bien hechas y otras mal hechas. Como muestra del primer ejemplo tenemos películas muy bien contadas y actuadas como “Ganadores” (1986) y “Los blancos no la saben meter” (1992) en basket; “La bella y el campeón” (1989) y “El campo de los sueños” (1991) en baseball; y aquella “Golpe bajo” (1974) de Robert Aldrich, con un joven Burt Reynolds, en fútbol americano. Ni que hablar de “Rocky” (1976) o “El toro salvaje” (1980).

Sí. El deporte en Hollywood siempre ha sido un buen vehículo para contar historias y de paso bajar línea.

Saliéndose completamente de este esquema se estrena “El juego de la fortuna” (Moneyball) con un bagaje de elogios a cuestas, incluyendo una supuesta consagratoria actuación de Brad Pitt.

“El juego de la fortuna” emplaza su relato en la historia reciente, específicamente en la temporada de baseball 2002. Billy Beane (Brad Pitt) es el manager de los Oakland Athletics (de acá en adelante los A's), el equipo más chico (en términos de presupuestos de las grandes ligas) que logra llegar a la final de la serie mundial para perderla contra los New York Yanquees. Es como si fuera la final de la Copa Libertadores fuera entre Boca y Sacachispas.

Terminada la competencia, el equipo de los A's sufre el éxodo de varios de sus jugadores claves y Billy se ve en la difícil tarea de seleccionar jugadores para reemplazarlos. En esa circunstancia conoce a Peter Brand (Jonah Hill), un nerd que jamás jugó al baseball (ni deporte alguno), egresado de Yale y fanático de las estadísticas con un estudio minucioso de las últimas diez temporadas. Billy decide incorporarlo a su equipo de asesores por pura intuición, lo cual suena contradictorio pero es, en definitiva, el nudo-eje a partir del cual se propone instalar todo el andamiaje narrativo. Corazonada contrapuesta a los fríos números. Basado en esos porcentajes, Billy selecciona jugadores que ya están de vuelta en sus carreras, pero que todavía ostentan “algo” en sus performances que los hace útiles, traducible en armar un equipo con “dos mangos con cincuenta”.

Todo esto que le cuento (y que se ve en el trailer) es justamente el problema que afronta la producción. Ninguno de los amagues de conflictos logran despegar: la mencionada confrontación de criterios: las peleas internas de los hombres del club con más experiencia ante el aporte de un novato con una laptop; la deshumanización del discurso a la hora de desafectar miembros del equipo; o el entrenador del equipo, Art Howe (Phillip Seymour Hoffman) quien durante un breve minuto parece ofrecer resistencia a la nueva idea, pero le dura un suspiro (literalmente); incluso la hija de Billy, separado de su mujer (Robin Wright) no plantea dificultades. La obra se instala entonces en una tesitura lineal en donde hasta el deporte en sí mismo no genera nada emocionante (salvo conocer un nuevo récord que queda en mera anécdota, irónicamente estadística).

El realizador Bennet Miller volvió a unirse al compaginador Christopher Tellefsen después de “Capote” (2005), pero ninguno de los dos entendió que el ritmo narrativo de este guión de Aaron Sorkin (“Red social”, 2009) y Steven Zaillian (“Pandillas de Nueva York”, 2002) demandaba una dinámica distinta. Cada vez que parece acelerar, las escenas de dramatismo en el juego son mechadas con imágenes reales de público y jugadores de aquella hazaña deportiva, y si bien se repite en diálogos el concepto de un equipo chico compitiendo contra grandes ello no está debidamente subrayado con imágenes.

A lo mejor en los Estados Unidos esta historia pegó distinto en la gente; pero está demasiado arraigada a la cultura local como para desplegar interés en otro público. “El juego de la fortuna” logra deliberadamente aislarse de la pasión por el juego y de cualquier otra cosa. Queda una excelente banda de sonido de Mychael Danna (vaticino una candidatura al Oscar por este trabajo) y una actuación muy interesante de Jonah Hill. En cuanto a si se trata de una actuación superlativa de Brad Pitt, créame que los pocos minutos que aparece en “El árbol de la vida” (2011) son mucho más enriquecedores en todo sentido.