El juego de la fortuna

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Una segunda oportunidad

Brad Pitt se luce en esta historia deportiva.

Parece casi contradictoria la propuesta de El juego de la fortuna y no sólo por el equívoco título en castellano. Se trata de una película que celebra cierto estilo clásico de narrar historias, centrado en personajes complejos y ambiguos, que se toma tiempo para hacerlos crecer y desarrollarlos, y que no va por los transitados caminos de la “película deportiva”. Sin embargo, este estilo “a la antigua” se usa para celebrar y dar a conocer el trabajo de un manager de béisbol, Billy Beane (que existe en la vida real) que hizo exactamente lo contrario: abandonó las rutinas clásicas y de “la vieja escuela” de béisbol para poner en funcionamiento un sistema computarizado y estadístico a la hora de elegir jugadores para su equipo, los Oakland Athletics, quienes bajo su conducción lograron salir de una de sus peores crisis.

Ahora, si se mira bien la película –si no se la observa con la mirada que puede tener un fanático del fútbol, donde “inventar” y “crear” es más importante que “metros corridos” o “goles convertidos por minuto”- se entiende que el planteo no es tan contradictorio como parece. Primero, porque el béisbol es un deporte con otro formato, en el que el rendimiento individual puede ser cuantificado. Y, segundo, porque el sistema “estadístico” que Beane puso en funcionamiento sirvió para sacar de la oscuridad a una serie de jugadores menospreciados y desvalorizados, que rindieron más al equipo que algunas estrellas. Pero no por la típica arenga de vestuario, ni por jugar al formato de “los losers” que pueden más que los ganadores. Simplemente, porque eran mejores.

Bennett Miller se topó con un tema difícil: ¿cómo hacer una película deportiva y casi técnica e involucrar al público no fanático de ese deporte? Al recibir un proyecto abandonado por Steven Soderbergh y con un guión escrito, separadamente, por Steven Zaillian y Aaron Sorkin –dos de los mejores guionistas de los últimos años-, necesitó de la presencia de Brad Pitt, una estrella con carisma suficiente no sólo para que el estudio lleve el proyecto adelante, sino para transformar a este algo frío manager en un personaje con el que podamos simpatizar.

Si bien la historia no se va demasiado del campo deportivo –Beane es separado y tiene una buena relación con su ex mujer y su hija-, su pasado como frustrado beisbolista, alguien en quien los “scouts” de la época creyeron y que no pudo demostrar profesionalmente el talento que tenía, le da un marco dramático a su historia. Ahora, juntándose con un joven que es el graduado que él nunca pudo ser (Jonah Hill), otro inesperado “ganador”, Beane logra sacar de la mala a un equipo que pierde a sus tres estrellas principales. ¿Cómo? Reemplazándolos con “los Schiavi” del béisbol, esos jugadores que, sin ser aptos para tapas de revistas ni publicidades, rinden más de lo que parecen. Hacen bien su trabajo.

Contada con tiempo para los detalles, El juego... es una celebración de las pequeñas victorias, de las segundas oportunidades y de la posibilidad de alterar un establishment que sólo responde a conceptos perimidos. Todo esto sin endulzar excesivamente el “paquete”. Como su personaje, Bennett cuenta la historia sin golpes bajos ni demasiadas vueltas. Casi como una joven versión de Clint Eastwood, hace una oda al profesionalismo y al trabajo, a la perseverancia y también a la paciencia. Y al deporte que, después de todo, es lo que vibra en el corazón de esta extraordinaria película.