El Hobbit: La desolación de Smaug

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Preparando el camino...

La segunda parte de “El Hobbit” es el aperitivo energético para el desenlace crucial.

Energía es la palabra que mejor define lo que proporciona El Hobbit: La desolación de Smaug. Como los hijos del medio, la segunda de las tres partes en que Peter Jackson fraccionó el libro de J.R.R. Tolkien tiene un peso específico que, cotejado con Un viaje inesperado, y previendo Partida y regreso, es un aperitivo ideal.

Bilbo, Gandalf y los enanos son retomados en el camino, antes de llegar a Esgaroth, la Ciudad del Lago, desde donde -ya sin Gandalf- irán hacia Erebor. Allí, el Hobbit deberá ingresar a la guarida del dragón Smaug con la ayuda del Anillo, y tomar la Piedra del Arca.

Peter Jackson es menos fiel a la palabra escrita y dispuesto a adaptar la trama de Tolkien a su gusto. La esencia como siempre no cambia, sí se alteran encuentros, aparición de personajes y la preponderancia de los elfos.

Y aquí para los fans entra en discusión la irrupción de Taurel, pelirroja comandante de la guardia élfica, un personaje creado por Jackson y sus guionistas que no está en el original. Interpretado por Evangeline Lilly (Lost), le agrega un costado entre romántico y épico a la saga, abriendo un sendero nuevo a los varios que a Jackson le gusta echar mano para narrar las aventuras.

Más allá de lo que opinen -y sientan- los puristas, el neozelandés demuestra que ha decidido apoderarse del universo de Tolkien, hacerlo suyo y contarlo como le plazca. La estructura de El Hobbit es similar a la de El Señor de los Anillos -presentación, viaje, arribo al destino y desenlace- y la de La desolación de Smaug a la de Un viaje inesperado, en cuanto a que por momentos hay no tres, sino cuatro historias narradas de manera paralela (la de Bilbo, la de Gandalf, la de Taurel y Ergolas, y otra que no vamos a adelantar).

No tiene La desolación de Smaug tanto humor como Un viaje…, ni la dramaticidad que los personajes de El Señor... tenían como marca en el orillo. No, no la tiene ninguno de El Hobbit.

En eso sí Jackson entendió la naturaleza de lo que escribió Tolkien.

El Hobbit es mera aventura, tal vez hasta con un tono infantil, y salvo la violencia de algunas escenas -decapitaciones de orcos, ferocidades varias- se diría que hasta es para ver con el pochoclo a mano. En las proyecciones de El retorno del rey no se escuchaba un solo crujido.

Y como en las cuatro películas (la trilogía de El Señor... y la primera parte de El Hobbit), aquí hay una secuencia de persecución alucinante, con los enanos en barriles huyendo por el agua. Ya se sabe la importancia que Jackson le da a esas escenas para aflojar tensiones, descomprimir la trama y dejar que el público disfrute distendido en su butaca. Y también el valor que le da al agua, al líquido, como ingrediente de su imaginería visual.

La aparición de Smaug también da para el debate. Se generó tanta expectativa en Un viaje inesperado en cuanto a cómo despertaría el dragón, que para algunos podrá ser frustración o desengaño. No importa: lo mejor, se presume, está por venir.