El Hobbit: La desolación de Smaug

Crítica de Juliana Rodriguez - La Voz del Interior

El viaje debe continuar

El viaje de Bilbo Bolsón y los enanos para recuperar la ciudad de Erebor, esa historia de 300 páginas que Peter Jackson convirtió en ¡480! minutos de película, llega ahora a su segunda parte. Con un flashback breve, que funciona como prólogo y retoma el origen de la aventura (y un cameo fugaz en el que aparece el mismo Jackson) el relato continúa con un ritmo sostenido, como si hubiéramos visto el primer filme hace apenas una semana.

El personaje de Bilbo (al que Martin Freeman le da ese justo perfil de yonqui del anillo) ya no funciona como eje central y ahora ese protagonismo se reparte con Thorin "escudo de roble" (impecable, Richard Armitage), el líder de los enanos, que encabeza la expedición. Como bisagra entre principio y fin, esta segunda parte de la saga es un durante, un eslabón que integra este relato de amistad y coraje. Como tal, por momentos late con fuerza, y en otros baja sus pulsaciones, como si le costara respirar de manera independiente.

Sin embargo, El Hobbit: la desolación de Smaug, jamón del medio de esta trilogía, confirma la habilidad de Jackson para contar una historia de aventuras ATP, sanamente alejada del tono épico de El señor de los anillos y oxigenada con escenas de humor. Como en la primera parte de El Hobbit, la fórmula para estirar las escuetas líneas de Tolkien apuesta a la creación de escenas de acción en las que el lenguaje visual se impone. Y así hay secuencias de pura adrenalina, como la huida de los enanos a bordo de barriles de vino; y otras menos logradas, como las coreografías de luchas en las que Legolas mata orcos como si estuviera pasando niveles de un videojuego.

El regreso de los elfos viene con perfume de mujer, el personaje de Tauriel, creado especialmente para el filme. Evangeline Lilly cumple con su rol de heroína, menos etérea que las elfas ya conocidas (Cate Blanchett y Liv Tyler) y encaja naturalmente en el paisaje del filme. Lo que queda fuera de contexto y de sintonía es el triángulo romántico en el que Tauriel es un vértice, que parece obedecer más a un requerimiento de manual del guion (acción, aventuras y, claro, una pizca de amor) que a una decisión que emane de la misma historia.

Si en la primera parte, el highlight era el encuentro entre Bilbo y Gollum, aquí esa promesa está en la presentación de Smaug, el dragón codicioso que se robó el tesoro de la estirpe de Thorin. Anunciado detrás del marketinero nombre de Benedict Cumberbatch, el actor inglés de moda, lo cierto es que la impronta del actor no se nota en la voz gutural y los movimientos del dragón. Es decir, si hubiera estado en ese rol un NN, la cosa no cambiaría demasiado. Ello no quita que el encuentro entre el hobbit y la bestia es otro de los puntos altos del filme, como la armoniosa relación entre mapa y territorio que convierte a Nueva Zelanda en increíbles escenarios del Bosque Negro, la Ciudad del Lago o la Montaña Solitaria.

¿Significa esto que El Hobbit 2 es una película menor? En absoluto, Jackson entrega una película de acción que no defraudará a ningún tolkiniano de ley, pero cede a la tentación (o a la obligación de los estudios) de estirar (y esta vez se nota). Y cuando la cola del dragón es muy larga, corre el riesgo de mordérsela.