El Hobbit: La desolación de Smaug

Crítica de Felipe Quiroga - CiNerd

MANTENLO PRENDIDO, ¡FUEGO!

Luego del extenso (aunque entretenido) preámbulo que significó la primera parte, la aventura de Bilbo (Martin Freeman) y compañía avanza, ahora sí, con mejor ritmo en EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG (THE HOBBIT: THE DESOLATION OF SMAUG, 2013). Claro que, teniendo en cuenta que es el segundo tercio de una novela corta, es evidente el agregado de bastante material de relleno para lograr una extensión de casi tres horas: desde la aparición de personajes que no estaban en el libro hasta la inclusión de sub-tramas (algunas, interesantes; otras, no tanto), el guión exhibe una total falta de síntesis, aunque logra equilibrar estos elementos de forma más satisfactoria que la primera parte. En su contra, esta secuela se siente menos autónoma: su abrupto final dejará a algunos espectadores pensando en lo amarrete que es Peter Jackson como narrador.
Bilbo, Gandalf (Ian McKellen) y la compañía de enanos, liderada por Thorin (Richard Armitage), continúan escapando de los orcos que los atacaron al final de la película anterior (¿no era que las águilas se los habían llevado lejos de la batalla?). Así, se ven obligados a refugiarse en casa de Beorn, uno de los tantos personajes prescindibles del film. Desde allí, sortearán muchos peligros rumbo a la Montaña Solitaria: hay momentos destacables, como el asfixiante (y por momentos gracioso) paso por el Bosque Negro o la llegada al reino de los Elfos. Pero una de las mejores secuencias es, sin dudas, la del caótico y emocionante escape en barriles, todo un logro técnico y de planificación que exuda cinefilia y puro tono festivo.
Narrativamente, los nuevos personajes no aportan demasiado y si logran imponerse en la pantalla es gracias al talentos de los actores que le dan vida: pasa, por ejemplo, con Tauriel (Evangeline Lilly), que no aparecía en la novela y que está aquí para cubrir la cuota femenina. La elfa demuestra sus habilidades guerreras, pero también está ahí para ser parte de un risible romance (afortunadamente, sutil) con uno de los enanos: gracias a su carisma y belleza, Lilly domina sus escenas, pese a que no tienen mucho sentido en la historia de Bilbo. Por su parte, Legolas (Orlando Bloom) no hace más que matar orcos en combates bien coreografiados, pero a veces demasiado extensos. Y Bard (Luke Evans) corre de aquí para allá, inmerso en su propia película: su historia, al menos por el momento, no importa demasiado, pero se da a entender que la presencia del personaje será fundamental en el desenlace de la trilogía.
En EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO (THE HOBBIT: AN UNEXPECTED JOURNEY, 2012) había algunas escenas en las que faltaba pulir los efectos especiales, como las de los trolls, las de los interiores de Erebor en flashbacks y las de las águilas. Por suerte, no sucede lo mismo en esta segunda parte: uno de los mayores logros, en ese aspecto, es el dragón Smaug. Intimidante e hipnótico, el lagarto escupe-fuego ya tiene su lugar asegurado entre los mejores villanos del año. Gran parte del mérito es de Benedict Cumberbatch, quien con su profunda voz y un timing perfecto para expresar sus líneas logra darle vida al monstruo más allá de las escamas generadas con computadora. Y aplausos de pie para la escena que comparten Bilbo y Smaug: como sucedía con el teatral encuentro con Gollum en la primera película, Martin Freeman exhibe un arsenal de gestos y titubeos para retratar al hobbit, que pilotea como puede el tenso encuentro con el gigantesco reptil.
El final abierto es lo más polémico de EL HOBBIT: LA DESOLACIÓN DE SMAUG. ¿Terminar la película así es un movimiento audaz? ¿O, por el contrario, es una estafa narrativa? Es cierto que ese no-cierre deja con ganas de más, inscribiéndose así en la tradición de desenlaces con "Continuará" de las segundas partes. Recordemos algunos ejemplos: pasó en EL IMPERIO CONTRAATACA, VOLVER AL FUTURO 2 y, más recientemente, en LOS JUEGOS DEL HAMBRE: EN LLAMAS. Sin embargo, en todos esos casos, una historia se cerraba para abrir otra. Aquí, Peter Jackson intenta generar expectativas de cliffhanger, pero no hace más que mutilar la narración con un corte aguafiestas y anticlimático. Sin embargo, el fuego de dragón no se apaga con tanta facilidad. Y quienes fueron testigos de ese fulgor que seduce, esperarán lo que haga falta esperar para verlo brillar nuevamente.