El gran secuestro de Mr. Heineken

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Criminales en la era de la inocencia

Las películas “basadas en historias verdaderas” suelen tener cierto atractivo, y más todavía cuando se trata de casos policiales, como lo demostró Pablo Trapero con el éxito de “El clan”. Al parecido podría decirse sobre “El secuestro de Mr. Heineken”, que fue el caso más resonante de los ‘80 en Holanda: no por una truculencia similar a la de Arquímedes Puccio, sino por la relevancia de la víctima y el rescate pagado (35 millones de florines, que serían unos 16 millones de euros).

Y también por lo inesperado, ya que a diferencia del mencionado secuestrador argentino (ex integrante del Batallón 601 de Inteligencia), el cervecero fue capturado por un grupo de jóvenes “normales” en Holanda, un país donde uno podría esperar que “no pase nada”: empezando por el propio Alfred Heineken, que salía por la puerta de su casa en Amsterdam, sin más compañía que la de su chofer.

El costo de dinero

Es 1982, la era del eje Reagan-Thatcher, y Holanda se encuentra golpeada por la recesión. Cuatro jóvenes (los cuñados Cor Van Hout y Willem Holleeder, junto a sus amigos Jan “Cat” Boellard y Frans “Spikes” Meijer) no pueden obtener un crédito, supuestamente para reflotar un emprendimiento, y encima tienen una propiedad tomada por okupas punks a los que no pueden desalojar. Quizás sea lo más llamativo para el público no europeo: que el intento de desalojarlos a las piñas termine con ellos presos y pagando los daños (“dice que seríamos unos héroes en Texas”).

De a poco les va cayendo la ficha: la forma de hacer plata y cambiar sus vidas es con un secuestro extorsivo de un tipo muy rico que vive cerca, casi servido en bandeja. De paso, Holledeer odia a Alfred Heineken por haber despedido a su padre. Entonces se abocan al plan, sumando al juvenil Martin “Brakes” Erkamps a la banda. A partir de ahí, se nos contará el proceso de preparación del secuestro, su desarrollo logístico y la captura propiamente dicha.

Mientras la primera parte es fuertemente empática con el grupete que prepara la “misión”, a partir de que caigan el empresario (un señor aparentemente vivaracho, que los manipula bastante) y su traumatizado chofer, veremos el desmoronamiento del grupo, que tendrá sus altos y sus bajos, su logro y su caída. Es probable que eso se apoye en el hecho de que el guión se basa en la novela que el periodista Peter R. de Vries escribió a partir de su investigación sobre el tema, que incluyó entrevistas con Van Hout y Holleeder.

Retrato de época

A veces, nos ponemos repetitivos en estas páginas, pero más de una vez hemos destacado la forma en que Darren Aronofsky metió en “El luchador” una estética despojada, de cámara en mano e iluminación “naturalista” que tomó de los hermanos Dardenne, que David O. Russell puso en “El ganador” y cintas posteriores, y que de ahí empezó a extenderse en el cine de Hollywood. Bueno: parece que esa estética funciona muy bien para las “historias reales”.

Es interesante que esa estética vuelve ahora a Europa, ya que el director es el sueco Daniel Alfredson, que tiene cierta mano para volver entretenidas las películas de corte policial: recordemos que le puso bastante onda a la segunda y tercera parte de la trilogía “Millennium”, que no fueron tan felices en la adaptación de los libros. Aquí, no permite que el relato decaiga, aunque algunos críticos han apuntado cierta previsibilidad del relato (no sería raro tratándose de hechos históricos).

Otro de los puntos fuertes de la cinta es la reconstrucción de época, empezando por las locaciones que trascendieron Amsterdam para sumar Bruselas y Amberes en Bélgica (algunos tramos se rodaron en Nueva Orleans). También la parte de vehículos, tecnología, y la “inocencia” de su tiempo. Recurriendo a una fuerte base en la cinematografía holandesa, el clima general es bien europeo, aunque los protagonistas sean anglosajones (pero hay varios holandeses en el elenco). Un detalle es que todos los textos (diarios, graffitis, carteles) están en neerlandés, evitando una tentación habitual en el cine internacional/hollywoodense.

Cuarteto ampliado

En el plano de las actuaciones, la cinta funciona gracias a las performances de Jim Sturgess (un Van Hout lleno de dudas y en tensión interior), Sam Worthington (Holleeder, el más duro, el que se rinde al lado oscuro) y Ryan Kwanten (Boellard, buenazo en su interpretación), los cerebros de la operación. Anthony Hopkins cierra el cuarteto central con un Freddy Heineken que no lo obliga a esforzarse demasiado; ya con su presencia, y con dos o tres gestos magnánimos, le basta para construirlo como imbatible.

El holandés Mark van Eeuwen como Meijer le aporta cierta ambigüedad al personaje más oscuro del equipo, y una estampa que lo convierte en una especie de Michael Caine joven. Thomas Cocquerel pone lo suyo como Erkamps, y la bonita Jemima West tiene algunos minutos de metraje como Sonja Holleeder, la hermana de Willem y esposa embarazada de Cor.

El final, como suele ocurrir en estos casos, nos cuenta con placas de texto el devenir de los distintos personajes. Alguno se dedicó definitivamente al crimen, y del otro lado otro creó una agencia de seguridad privada: para el país de los tulipanes la era de la inocencia había terminado.